DOCUMENTACIÓN Y TESTIMONIO

DOCUMENTACIÓN Y TESTIMONIO



¡No nos dejemos robar la esperanza!
El Papa Francisco nos invita a mirar nuestra vida y el mundo con ojos de esperanza.
¡No nos dejemos robar la esperanza! Iniciemos el Adviento desterrando los pesimismos.
¡Dejemos de ser «profetas de calamidades»! Y construyamos espacios de esperanza.
«La alegría del Evangelio es ésa que nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16, 22).
Los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir
nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además,
la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu
Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que “donde abundó el pecado sobreabundó
la gracia” (Rm 5, 20). Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse
el agua y a descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña. A cincuenta
años del Concilio Vaticano II, aunque nos duelan las miserias de nuestra época y estemos
lejos de optimismos ingenuos, el mayor realismo no debe significar menor confianza
en el Espíritu ni menor generosidad. En ese sentido, podemos volver a escuchar
las palabras del beato Juan XXIII en aquella admirable jornada del 11 de octubre de
1962: “Llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas
personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida.
Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina […] Nos parece
justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos
acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento
histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas
intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues
todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia”.
Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia
de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de
vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en
el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y
entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay
que seguir adelante sin declararse vencidos y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo:
“Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Co 12, 9).
El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera
de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El
mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo
de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica» (EG, 84-85).
(Fuente:El libro "Que has hecho con tu hermano")