DEJEMOS LAS PRISAS: ES NAVIDAD



Eso que planteamos no es Navidad. La Navidad la entenderemos cuando seamos capaces de adentrarnos en el misterio de un Dios que se encarna por amor.
El problema ha surgido al pretender penetrar en el misterio que encierra la Navidad, al margen de la historia humana.
Todas nuestras experiencias vitales han de servirnos para iluminar nuestra realidad. Al contemplar la encarnación, debemos darnos cuenta de que no podemos separar de nuestra realidad ese mundo ansioso de Dios, ansioso de salvación; ese mundo, que daría cualquier cosa por salir de su superficialidad, de su desequilibrio, de sus prisas, de sus miedos…, pero que no encuentra el modo de hacerlo.
La Navidad nos muestra que nuestra salvación no consiste en comer, despilfarrar y derrochar por doquier. Tampoco en que se suprima el sufrimiento, ni los conflictos, ni las limitaciones…, sino en saber que somos portadores de algo grandioso y que, aunque lo llevemos, como dice san Pablo, en vasijas de barro, y un barro quebradizo y de baja calidad…, albergamos en nuestro interior lo más sublime: la palabra de Dios, la vida de Dios.
Nuestra salvación, por tanto, no consiste en que nada se hunda, sino en que yo siga en pie, porque me haya convencido de que es el mismo Jesús, nacido en la cueva de Belén, el que habita en mi ser.
Tampoco consiste nuestra salvación en que nuestra casa esté repleta de las últimas novedades, con la mesa al detalle, los candelabros de plata y la vajilla último modelo…, sino en que mis puertas estén abiertas de par en par para que pueda llenarse de la presencia liberadora de Dios.
Nuestra salvación consistirá en que dejemos que Jesús se encarne en nosotros y cada uno prolonguemos a los demás su encarnación, llenando de luz el entorno en que nos encontremos.
Para ello no tenemos nada más que acudir a la Madre.
Que sea ella misma la que nos muestre a su Hijo para poder adorarlo.
Da seguridad ver a los personajes que rodearon a María para que se realizase la obra de Dios. Eran, como Ella, gente sin relevancia: primero José, con el que se había desposado; unos pastores; gente anónima del pueblo… y, ahora nosotros, personas tan normales como ellos, pero abiertas, también como ellos, a la novedad de Dios.
Juan Jáuregui(Sacerdote)