LA CULTURA DEL ENCUENTRO. La ternura de Jesús hombre
LA CULTURA DEL ENCUENTRO. La ternura de Jesús hombre

La cultura se construye con base en comunicaciones repetidas, así la comunicación es constitutiva de la cotidianidad, y se convierte en comportamiento dinámico que tiene su propia lógica de crecimiento.


La cultura del encuentro que propone el Papa Francisco tiene su fundamento en la comunicación cercana, en el sentir con el otro, en salir de sí mismo para darse a los más necesitados, por eso habla de las periferias existenciales, de los excluidos de los beneficios de la sociedad.

Una fuente importante como referente para esta comprensión y profundización es el análisis de los encuentros de Jesús en el Evangelio. Hay encuentros referenciados por tres o cuatro evangelistas, mientras hay otros en el relato de uno o dos solamente.

Si analizamos solo veinte de estos encuentros, algunos inesperados, otros ocasionales, intencionados o resultado de la fe del o de los interlocutores, podremos encontrar unas constantes en el comportamiento de la ternura de Jesús.

Veamos en primer lugar, los encuentro inesperados como el de Zaqueo y la Samaritana, por ejemplo. (Lc. 19, 1 – 10). Lucas relata el encuentro con Zaqueo, quien quería conocer a Jesús, pero había mucha gente y además era pequeño de estatura.

Están en Jericó y Zaqueo facilita el encuentro subiendo a un árbol, pero Jesús se enternece al verlo subido en el árbol y no solo le dice que baje para saludarlo, sino que dice que se hospedará en su casa. Es un premio que Zaqueo no esperaba, se contentaba con verlo pasar de cerca.

Nos preguntamos: ¿vencemos los obstáculos que nos impiden los encuentros con Jesús? Porque la fe es esencialmente un encuentro personal con él. Nos dice el evangelista que Zaqueo bajó a prisa y con gusto recibió a Jesús.

Se trata de un encuentro que convierte a Zaqueo; la ternura de Jesús es más fuerte que las secuelas de la vida pasada de Zaqueo. Un encuentro transformador, de modo que Zaqueo ve la necesidad de compartir con los pobres y devolver lo adquirido sin honestidad.

El evangelista Juan narra ese encuentro inesperado entre Jesús y la samaritana (Jn, 4, 1-29). Era medio día, Jesús cansado del camino se sienta junto al pozo de donde sacaban agua los pobladores de Samaria. Él inicia el diálogo, pidiendo un poco de agua para su sed. Recibe una respuesta discriminiatoria, hay barreras entre judíos y samaritanos. Pero esto no impide que Jesús continúe su conversación y lleve pedagógicamente a la mujer a la comprensión de que estaba hablando con el mesías prometido. Ella se convierte en divulgadora de la presencia de Jesús y el pueblo de Samaria le rogó que se quedara con ellos, y se quedó dos días. ¡Qué fecundo fue este encuentro! Pasó de una respuesta discriminatoria y de rechazo, a una conversión de todo un pueblo. ¿Qué actitud adoptamos cuando sentimos rechazo?¿Procuramos la fecundidad de nuestros encuentros con extraños y desconocidos?

De otra parte, si analizamos dos encuentros intencionados por parte de Jairo, jefe de los judíos, quien solicita la vida para su hija y la mujer que padece flujo de sangre, ambos están animados por la fe en Jesús, piensan que pueden ser sanados.

La ternura de Jesús, cumple el efecto deseado: La hija de Jairo vuelve a la vida y la mujer es curada, (MT. 9, 18 – 22).

Este episodio es relatado también por los evangelistas Marcos y Lucas. La mujer no aspiraba a hablar con Jesús, sino que se contentaba con tocar su capa, movida por su fe, pero Jesús se vuelve hacia ella y la anima diciéndole que su fe le ha sanado. ¿Estamos siempre dispuestos a servir a los demás, a tener una palabra de aliento para quien lo necesita, o esperamos a que nos soliciten ayuda? ¿Nuestra comunicación con nuestros interlocutores es fluida y esperanzadora? ¿Es cercana o distante?

El joven rico busca el diálogo con Jesús (Mt. 19, 16-23).

Empieza la conversación con la pregunta sobre lo que se debe hacer para tener vida eterna. Es un encuentro intencionado por parte del joven. Ante las respuestas exigentes de Jesús, el joven se entristece porque no es capaz del desprendimiento de su riqueza. Pero, sin duda, ese encuentro le permitió comprender mejor lo que necesitaba para la perfección de su vida. No se trataba de complacer con palabras halagadoras, sino de ser honesto y sincero con lo que consideraba correcto por parte de Jesús.

En la amistad hay momentos en que la sinceridad es exigente de parte y parte, la verdad debe resplandecer sobre la apariencia de no querer ofender.

¿Cómo nos comportamos con quienes nos solicitan una orientación o consejo? ¿Sabemos escuchar con atención?

Jesús tiene algunos encuentros intencionados de su parte, como la llegada a la casa de Marta, quien tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús a escuchar lo que decía, mientras Marta se ocupaba de los quehaceres de la casa (Lc. 10, 38 – 41).

Este episodio es relacionado con la vida activa y la vida de oración, pero lo que llama la atención es que Jesús aprovecha el diálogo que se suscita con el reclamo de Martha y la respuesta de él sobre lo verdaderamente necesario. Sin duda Marta aprendió la lección de distinción entre lo urgente y lo importante.

Este mundo actual convulsionado por tantos problemas y necesidades de toda índole puede desviarnos en la búsqueda de un sentido orientador para nuestras vidas.

¿Dedicamos tiempo a reflexionar sobre lo verdaderamente trascendente en la vida? O, por el contrario, ¿nos absorbe el hedonismo y la apariencia?

Un encuentro ocasional que cambia totalmente una vida, es el del ciego Bartimeo con Jesús, al llegar a Jericó seguido de mucha gente. El ciego oye que se trata de Jesús y empieza a gritar que se compadezca de él. Es un grito insistente, a pesar de que muchos le reprendían para que callara (Mc.10, 46 – 52). También Mateo y Lucas se refieren en sus evangelios a este episodio.Jesús lleno de ternura le pregunta qué quiere que haga por él y Bartimeo sin vacilar, le contesta que quiere recobrar la vista. Al recibir este beneficio de Jesús, lo siguió en su camino.

La ceguera espiritual muchas veces nos impide seguir a Jesús y rogarle por nuestro crecimiento en la santidad. La oración se hace necesaria para clamar a Jesús por las necesidades que circundan nuestra vida y nuestro entorno.

¿Sentimos ternura o indiferencia frente de los necesitados que gritan de muchas maneras en nuestra sociedad, en nuestra familia, barrio, ciudad o conjunto residencial?

¿Somos solícitos o perezosos para brindar ayuda en momentos de necesidad a alguien que la reclama?

Nos dice el evangelista Lucas que en camino a Jerusalén, Jesús pasó entre las regiones de Samaria y Galilea y en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos (Lc.17, 11 – 19). Estos también gritan desde lejos, que tenga compasión de ellos. Una vez más, la misericordia y ternura de Jesús se pone a prueba y cura a los diez enfermos pero uno solo al verse curado regresa a dar las gracias. Igualmente, la sanación de un leproso lo relata Lucas, Mateo y Marcos. Una constante de esta curación o sanación es la referencia que hace Jesús a la fe de quien las solicita.

¿Somos agradecidos por los favores recibidos o estamos inclinados a pedir siempre sin acordarnos de agradecer?

En el encuentro de Jesús con Mateo, el cobrador de impuestos para Roma, Jesús toma la iniciativa y le pide que le siga (Mt. 9, 9 – 13). Mateo se levantó y lo siguió; este llamado lo narra igualmente Marcos y Lucas. Mateo celebra este encuentro con una fiesta en su casa en honor a Jesús. Allí los fariseos y maestros dela ley critican a los discípulos de Jesús porque comen con pecadores. La respuesta de Jesús es contundente, ha venido a llamar a los pecadores precisamente.

Todos somos llamados por el bautismo a ser discípulos de Jesús y el Papa Francisco nos dice: “Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo” (EvangeliiGaudium No. 271).

¿Tenemos a veces una actitud farisaica sintiéndonos mejores que los demás?

¿Criticamos y juzgamos sin conocimiento de lo que los demás viven y padecen?

¿Cómo responder mejor al llamado que Jesús nos hace cotidianamente en nuestra vida?

“La iglesia tiene que ser lugar de misericordia gratuita donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del evangelio” (EvangeliiGaudium No. 114).

Hasta ahora hemos hecho referencia al encuentro de Jesús con pocas personas, veamos su encuentro con la multitud, que según los cuatro evangelistas eran unos cinco mil.

La escena se ubica en las cercanías del lago Tiberiades. Mucha gente seguía a Jesús por la fama de su misericordia. Al ver la multitud sintió compasión porque llevaban muchas horas sin comer, y se opera la multiplicación de los panes y los peces para saciar el hambre y aun quedaron sobras que son recogidas. (Jn. 6, 1-15), (Mt. 14,13-21), (Mr. 6, 30-44) y (Lc. 9,10-17).

Muchas enseñanzas se desprenden de este acontecimiento. Para nosotros además de ser una premonición de la eucaristía, es el gesto solidario de compartir con los demás. Al respecto nos dice el Papa Francisco:

“La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde”. (EvangeliiGaudium No. 189).

Jesús había ido a Betania a casa de Simón y mientras está sentado a la mesa, llegó una mujer que derramó perfume sobre la cabeza de Jesús, perfumó sus pies y se los secó con sus cabellos.

Este gesto es criticado por algunos presentes, quienes se dijeron entre sí que el valor del perfume se hubiera podido emplear en ayudar a los pobres.



Pero Jesús sale en defensa del gesto de esta mujer, considerando que a los pobres siempre los tendrán entre ellos, pero que a él no siempre lo van a tener. Ha perfumado su cuerpo de antemano para su entierro. (Mr. 14, 3 – 9), (Mt. 26, 6-13), (Jn. 12, 1-8).



Algunos estudiosos y especialistas en el Nuevo Testamento consideran a Jesús como un predicador andante, un profeta, un poeta que inventa historias para hacerse entender, un sanador, un maestro, un judío, un mártir del poder político – religioso de su tiempo. Es indudable que Jesús fue un pedagogo creativo y un excelente comunicador que jamás rechazó a nadie, respetuoso de sus interlocutores. El Papa en su exhortación apostólica nos dice que Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad.



Se dan varios encuentros forzados por las circunstancias: cuando llevan a Jesús a crucificarlo, echan mano de un hombre de Cirene, llamado Simón que venía del campo y le hicieron cargar la cruz y llevarla detrás de Jesús. Aun en estas circunstancias tuvo Jesús palabras de consuelo para la mujer y la multitud que lloraban de tristeza por él. (Lc. 23, 26 -29), (Mt. 27, 32 – 44), (Mc. 15, 21 – 32) (Jn 19, 17- 27).



En el encuentro forzado con los dos ladrones mientras uno insultaba a Jesús, el otro lo reprendía, reconociendo que estaban junto a un hombre que era inocente, que no había hecho nada (Lc. 23, 39 – 43). Allí en la cruz ya agonizante, Jesús tiene misericordia con este ladrón y le asegura que ese mismo día estaría con él en el paraíso.

Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, María, hermana de su madre y María Magdalena. Juan relata que a él, a quien Jesús quería mucho, le dejó a su madre como madre suya y Juan la recibió en su casa. (Jn. 19, 25 – 27). Cuánta ternura y bondad se da en esta escena.

Después de su muerte, Jesús es exaltado con su resurrección. Con un enfoque ascendente, ese Jesús verdadero hombre histórico es llamado hijo de Dios. El teólogo Alfonso Llano dice que “exaltación” es el concepto y la imagen que mejor expresan lo que sucede en Jesús después de expirar. Y agrega que, la resurrección no se entiende sin las huellas de la pasión del Jesús histórico (Llano, 2008: 244).

De esos encuentros que tuvo Jesús después de su resurrección o exaltación es muy elocuente el que tuvo con los dos discípulos de Emaús. Jesús se acercó y empezó a caminar con ellos. El desconcierto era muy grande frente a los últimos hechos de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, considerado un profeta poderoso. Pedagógicamente, como siempre, Jesús les explica por qué debían ocurrir esos hechos y ellos lo reconocen al partir el pan (Lc. 24, 13-35).

Todos estos encuentros de Jesús narrados por los cuatro evangelistas nos revelan su capacidad comunicativa, su cercanía, su misericordia, el uso adecuado de la palabra, del lenguaje para llegar al otro.

El Papa Francisco nos invita a decir un Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo:

Hoy que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y solidaridad entre todos (EvangeliiGaudium No. 87)



Esta es en síntesis la cultura del encuentro inspirada en la alegría de la esperanza evangélica, en la capacidad comunicativa para formar fraternidad.

Gladys Daza Hernández
Directora de CEDAL