Inmaculada Concepción

A LA LUZ DE LA PALABRA...



Una de las nuestras.
Todos estamos acostumbrados a que, con relativa frecuencia, se rindan homenajes
a determinadas personas, sin duda, muy significativas en nuestra sociedad (a menudo,
y por desgracia, después de muertos) Y, para magnificarlas, normalmente las
segregamos, las separamos del resto y destacamos en ellas, sobre todo, lo que
las hace diferentes de los demás; y nos parece lo lógico actuar de este modo, ya que
suponemos que sólo el elemento diferenciador es lo que las hace significativas. Estos
modelos sociales de comportamiento hemos ido poco a poco introyectándolos
todos nosotros; por lo que, casi sin darnos cuenta, los vamos repitiendo, también, en
el ámbito religioso; v. g., se necesita que una persona haga «milagros» para poderla
canonizar (=proponerla como canon). Es posible que con María, la madre de Jesús,
actuemos de un modo similar; que celebremos de y en ella lo mismo que en esos
grandes personajes de nuestra sociedad (lo diferencial), con lo que:
• La separamos del resto y la situamos muy alta y muy lejana de todos nosotros.
• La colocamos en una categoría superior.
• Y (al menos de hecho) terminamos por considerarla tan distinta, que apenas
tiene algo que ver con nosotros… No separamos de ella, aunque creamos estar
en su cercanía.
No podemos descartar que tal vez nos resulte más fácil alejarla y adornarla con
joyas que situarla en nuestra cercanía y dejar que su vida pueda cuestionar la nuestra.
Realmente hoy celebramos no a una mujer de otra galaxia, sino a María, que,
como su Hijo, es «una de las nuestras», como dice el concilio Vaticano (GS, 22).
Realmente celebramos a ambos; pues, como nos han dicho las lecturas, la fiesta de
hoy es, ante todo, cristológica: Celebramos la concepción inmaculada de aquélla que
un día será «la Madre de Jesús».

Fuente: Del libro "¿Qué has hecho con tu hermano?"