La debilidad de Dios

La debilidad de Dios





En Belén Jesús nos ofrece una nueva forma de mirar la debilidad, porque la debilidad
de Dios es expresión de su gratuidad:
En la contemplación de Jesús en el misterio de la Navidad se nos enseña a contemplar
la debilidad humana como una forma de presencia de Dios. Dios está entre nosotros como debilidad en los débiles, en los excluidos, en los pobres, en las carencias
de todo tipo, en cada limitación nuestra.
En segundo lugar, Dios está en la debilidad, llevada hasta sus últimas consecuencias
en la cruz de Jesús, para llevarla a la plenitud de la vida resucitada.
En tercer lugar, tenemos que aprender a mirar la debilidad humana de cualquier
signo que sea (económico, psicológico, moral...), como llamada a la contemplación,
como palabra de Dios que nos convoca para la comunión y el compromiso
con Él.
Por eso mismo, salir, bajar al encuentro de la carencia humana, es una forma de
peregrinación hacia el santuario de Dios más vivo y sorprendente. Con los mismos
pasos con que nos acercamos a la debilidad, nos acercamos a Dios.
La Navidad es la gran fiesta, porque Dios nace en nuestra debilidad y porque
somos invitados a unirnos a Él para llevarla a la plenitud de la vida, confundiéndose
nuestro trabajo con el suyo, sin saber dónde empieza él y dónde empezamos nosotros.
Si Dios ha corrido la suerte de encarnarse, nacer pobremente y crecer como salvación
desde los excluidos de este mundo, ya no hay excluidos para Dios, nadie queda
fuera de Dios. Y el lugar principal para la fiesta es allá donde aparece: en las
afueras, donde no hay sitio, donde todo parece agotarse y está condenado a crecer en
la amenaza y a la intemperie de las construcciones humanas.
Navidad es el tiempo de acoger con ternura lo germinal, lo pequeño, lo que
nace después de gestarse oscuramente en el misterio de las personas y los grupos.
Es el momento de salir hacia los excluidos, hacia los que no pueden llegar
hasta nosotros. Desde esa debilidad podemos sentir que pasa por nosotros la
fuerza de Dios, su santo «brazo» (Lc 1,51), que transforma toda la realidad, y
podemos sentir la alegría de María, de José y de los pastores, la inaccesible alegría,
la que sólo puede ser recibida como regalo de donde nace el compromiso
esperanzado.
Fuente: "Que has hecho con tu hermano"