La dieta de la Cuaresma.


¿Por qué no aprovechar el ayuno para quitarme los kilitos extra?







¿Cómo puedo perder peso en Cuaresma y tener un nuevo look para la Pascua?

Difícil cuestión es ésta. ¿No estaremos confundiendo, como se confunde en la ortografía española la gimnasia con la magnesia? Si la Iglesia me impone el ayuno, ¿por qué no lo aprovecho, lo cumplo y de paso me quito unos kilitos extra y así estreno una nueva figura, un nuevo look el Domingo de Resurrección?

¿Para qué nos sirve el ayuno? ¿Es sólo una medida para pasar hambre, para privarnos de nuestros caprichos, de aquello que nos sobra? Entendido con esta mentalidad el ayuno cuaresmal se equipararía a las así llamadas dietas: junto con la dieta de la luna, la dieta de yogurt y fruta, la dieta de carbohidratos o la antidieta, podríamos inaugurar la dieta de la cuaresma. Fácil, sencilla y barata: pescado, menos pan, menos grasas, menos carbohidratos. Bajamos unos kilos y de paso cumplimos con el precepto que nos manda la Iglesia. ¿Se podrá?

Temo decirles a mis lectores que la respuesta es negativa. Que no es así de fácil, que no puedo aprovechar la barata de “pague uno y llévese dos”, que no puedo “matar dos pájaros de una pedrada”. Son dos cosas diversas, si bien es cierto que el efecto es el mismo. ¿Qué tiene de malo aprovechar el ayuno en la Cuaresma para comenzar una dieta? Aclarémonos: no tiene nada de malo, pero las finalidades son distintas, y casi me atrevo a decir, diametralmente opuestas.

Una dieta tiene como finalidad rebajar el peso que nos sobra. Algunos siguen la dieta por motivos médicos y otros la siguen por motivos no tan médicos, es decir por vanidad, para lucir mejor delante de otros, para causar envidias y querer ser el centro de atracción de su núcleo social. La finalidad de la dieta le dará su color moral, es decir la hará buena o mala bajo el punto de vista moral. Si sigo una dieta por motivos médicos, estoy haciendo un acto moralmente bueno. Si persevero en el adelgazamiento porque quiero agradar a mi esposo, sentirme bien conmigo misma para transmitir un poco de paz, de felicidad a mi familia y a los que conviven a mi lado, es un acto moralmente bueno, aceptable. Pero si sigo una dieta sólo para que me admiren, me envidien y hasta para provocar en otros deseos no tan castos... pues digámoslo claro, no es un acto moralmente bueno. Los resultados son los mismos, pero la intención es muy distinta.

Con esta misma óptica podemos considerar la diferencia entre el ayuno que propone la Iglesia en Cuaresma y la dieta que puedo seguir por motivos médicos o por motivos personales, dejando la connotación moral al juicio de cada uno y cada una, de acuerdo a los principios antes enunciados. El ayuno cuaresmal, como todos los ayunos promulgados por la Iglesia tiene como finalidad perder peso delante de Dios. Perder peso espiritual, se entiende. El ayuno implica una actitud de fe, de humildad, de total dependencia de Dios. Se recurre al ayuno para prepararse para el encuentro con Dios, (cf. Es 34, 28; 1Re 19, 8; Dan 9, 3); antes de afrontar una tarea difícil (cf. Jc 20, 26; Est 4,16) o suplicar el perdón de una culpa (cf.1Re 21, 27); para manifestar el dolor causado por una desdicha doméstica o nacional (cf. 1Sam 7, 6; 2Sam 1, 12; Ba 1, 5); pero el ayuno, inseparable de la oración y de la justicia, está orientado sobre todo a la conversión del corazón, sin la cual, como denunciaban ya los profetas (cf. Is 58,2-1l; Ger 14, 12; Zc7,5-14), no tiene sentido.

El ayuno en Cuaresma nos propone no sólo la privación voluntaria de algún alimento durante algunos días específicos, sino también la privación de algún gusto de alguna distracción (ir al cine, dejar de ver televisión durante un tiempo, etc) con el único objeto de volver nuestro corazón hacia Dios. No es la privación lo que importa. Lo más importa es que mediante esa privación volvamos nuestro corazón hacia Dios y nos preparemos para vivir con Él los misterios de la pasión, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo nuestro Señor. Sólo así el ayuno cobra verdadero sentido. Cada privación es una llamada para dirigir nuestro corazón a Dios. Me privo de este dulce, de este chocolate, o de fumar, para que mi corazón pierda peso y no esté tan atado a las cosas materiales.

Los efectos exteriores pueden ser los mismos entre quienes escogen seguir una dieta y los que optan por vivir el ayuno cuaresmal. Ambos al final estrenarán un nuevo lookpara el domingo de Resurrección. Pero, ¿cómo estará el corazón de cada uno de ellos? En un caso, habrá un corazón más lleno de Dios y en otro caso tendremos un corazón completamente alejado de Dios por el pecado. ¿Cuál de los dos corazones quieres estrenar esta Pascua de Resurrección?...
Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net