Una mirada actual y cristiana sobre la institución del matrimonio .


El matrimonio es un andar divino en la tierra, y por lo tanto, sólo tendrá sentido la realidad terrena si vive a partir del misterio de salvación.

A Mariela, quien es el amor en mi camino de vida
Creo que escribir y publicar en este momento, como en todo momento, es algo fundamental y con una importancia y relevancia que a veces se nos pierden. Cuando se escribe y se tiene la oportunidad de publicar se está marcando una huella, se está dejando un testimonio, se está fijando una posición para el futuro. Cuando mañana se discuta el tiempo de hoy, estos medios físicos y digitales serán quienes marquen la orientación de las reflexiones. Por esta razón escribo. Ahora, también es perentorio dejar claro desde dónde se escribe. Desde cuál punto de la antropología se escribe. Yo lo hago a partir de mi fe cristiana moldeada por el amor de Cristo y por la doctrina católica que, por cierto, no me niega la posibilidad de construir mis propios criterios personales. La Iglesia católica me permite, en plena libertad, utilizar mi inteligencia. El tema que nos ocupa hoy y nos debería ocupar siempre es el matrimonio y su significado como bisagra entre la realidad terrenal y el misterio de salvación (E. Schillebeeckx).
El matrimonio es una institución y, al mismo tiempo, es un sacramento. En su seno parecen confluir dos realidades vinculantes y complementarias: la terrena y la divina. Una es razón de ser de la otra, se dan sentido, se retroalimentan, se configuran en torno a la comunidad sagrada de la Trinidad que es carne y espíritu, que es espíritu y carne en un solo cuerpo que son dos, pero que serán tres, cuatro, cinco sin dejar de ser uno solo. El matrimonio que es cuerpo y espíritu vivido en la unidad del amor es potencia que permite a la pareja encarar la vida desde la fe, la esperanza y la caridad hacia dentro y hacia afuera de su esfera sacramental. Por ello, junto al orden, es sacramento al servicio de la comunidad. Tenemos claro que el matrimonio es una institución a partir de la cual se gesta la familia, quizás la comunidad más amada y por la cual siente profundo celo la Iglesia. Sin embargo, siento que no tenemos claro por qué es un sacramento, ya que, intuyo, tampoco tenemos claro qué es exactamente un sacramento. ¿Qué significa “sacramento”? Etimológicamente significa medio sagrado, modo sagrado, manera sagrada. ¿Qué es sagrado? Pues, en pocas palabras, algo santo, algo que posee santidad.
En este sentido, el Código del Derecho Canónico define al matrimonio como una alianza por la que el varón y la mujer “constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma naturaleza al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole; fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre los bautizados”. El Catecismo de la Iglesia Católica nos afirma su relevante importancia afirmando que está constituido como eje fundamental en el plan salvífico de Dios, pues, como hace notar, su presencia está anunciada en las Sagradas Escrituras desde su inicio hasta el final, es decir, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, el matrimonio es una eje transversal en la historia de la salvación. Por ello, la íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio que es un vínculo sagrado que no depende del arbitrio humano, pues, es Dios mismo el autor del matrimonio, en tal sentido, la Iglesia afirma convencidamente de que la salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar.
Ahora bien, esto es así desde que es así, pero este “ser así” ha atravesado por diversas realidades histórico-culturales que nos indican que el hombre ha terminado por concebir y realizar el matrimonio en función de la sexualidad humana. Por esto resulta revelador, admite Walter Kasper, el que cada uno de los movimientos del espíritu moderno (liberalismo, socialismo, conservadurismo) no sólo se limitó a construir una particular teoría del Estado y de la economía sino que, al mismo tiempo, desarrollaron una visión específica sobre la sexualidad humana y el matrimonio. De tal manera que, estas realidades histórico-culturales fueron erosionando la sacralidad del matrimonio desviando, lo que suponemos los cristianos, es su razón de ser. Y creo que es oportuno decir que estas realidades tuvieron en muchos cristianos aliados formidables, pues les brindaba la posibilidad de hacer otras interpretaciones menos sagradas del matrimonio, pero cuyo fondo y explicación era un profundo debilitamiento de su fe. En tal sentido, el matrimonio se transformó en un espacio, otro más, donde la realidad terrena y el misterio de salvación entraron en conflicto. Consecuencia de ello, la pareja fue alejándose de la dignidad real del matrimonio, para concentrarse en sí misma. Perdió de vista su sentido comunitario que no sólo involucra a la pareja, para abrirse a una dimensión limitada y fragmentada de la realidad humana. Perdió contenido debido a que la pareja se arrojó a la búsqueda de la individualidad personal y lo que era uno se volvió dos. El matrimonio que es puerta de vida, se transformó en horizonte de muerte. Y así hemos llegado a preguntarnos si realmente vale la pena casarse, si no será mejor convivir.
En mi caso personal, admito que también caí. Que no reparé en el hermoso e irrepetible momento en que, lo primero que compartí con mi esposa como esposo, fue el cuerpo de Cristo. Sin embargo, el núcleo de esa cena volvió a arder, esa llama de amor viva volvió a encenderse y es la luz que nos alumbra y que me permite contemplar a mi matrimonio como la divina sonrisa de Dios que brinda a su Iglesia, como la sonrisa compartida del Amado y de la Amada que fulgura en los Cantares, como este hombre que soy y que voy siendo desde las manos de mi mujer, quien me enseñó, ella solita, que el matrimonio es un andar divino en la tierra, y que, por lo tanto, sólo tendrá sentido la realidad terrena si vive a partir del misterio de salvación.
Laus Deo. Pax et Bonum. Por: Valmore Muñoz Arteaga | Fuente: www.contrapunto.com