FELIZ NAVIDAD DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL DE AGÜIMES.

LA COMUNIDAD PARROQUIAL DE AGÜIMES TE DESEA 
FELIZ NAVIDAD,QUE DIOS ESTE CONTIGO.
Verle venir cada día que amanece.
Verle venir en cada hermano que saludamos cada mañana.
Verle venir en cada hermano al que le sonreímos.
Verle venir en cada hermano al que le tendemos la mano.
Verle venir en cada palabra de bondad que decimos.
Hay que aprender a «ver venir a Dios que siempre está viniendo».
Sabemos que está, pero cada día se hace nuevo.
Sabemos que nos ama, pero cada día con un amor nuevo.
Sabemos que espera mucho de nosotros, pero cada día es una esperanza nueva.
Verle venir en cada niño que nacerá en este tiempo del Adviento.
Verle venir en cada amigo que encontramos en el camino.
Verle venir en cada dificultad que se nos pone en el camino.
Verle venir aunque el día se nos ponga oscuro.
Verle venir aunque los problemas nos agobien.
Verle venir de lejos, pero verle también cercano a nosotros.
Verle venir en cada encuentro con nosotros mismos.
Verle venir en cada llamada que sentimos de cambiar.
Verle venir en cada comunión que recibimos.
Verle venir en cada perdón que se nos regala.
Dios está viniendo cada día y en cada momento.
Lo que importa es que nosotros sepamos verle venir.
No sea que Dios venga y encuentre las puertas con llave.
No sea que Dios venga y se pase de largo.
No sea que Dios venga y no nos encuentre en casa.

El reto de la Navidad.


El cristiano sabe muy bien que Jesús nos invita a visitarlo en nuestros hermanos pobres...


Todo cristiano se encuentra ante el reto de la pobreza escogida por Nuestro Señor.  Es el reto de la Navidad. El Mesías prometido no vino como se esperaba sino en pobreza radical.  Al Niño Dios no lo encontramos sino en un pobre establo, acostado en un comedero de animales.
La Virgen y San José estaban allí. Compartieron la realidad de Jesús. No hay otra manera de ser cristiano.  Allí también fueron los pastores y los magos. 
Un bebe es alguien muy hermoso, pero no es un juguete. Dar a luz no es algo casual. Tratemos de entender la preocupación, la angustia de un joven carpintero y su esposa al no tener lugar para el nacimiento. El parto de una mujer es siempre algo tremendo. El parto de María fue virginal, y tuvo  unas gracias únicas que no podemos del todo comprender. Pero no por eso dejo de ser humana. El rechazo, la falta de lugar, de agua limpia, de luz, de ropas, de cama....  Todo eso es la pobreza que abarcó su "si".  Pobreza real. Ella aceptó llena de amor el misterio. La Virgen y San José se llenaron íntimamente de la Luz que brilló en las tinieblas: Jesús. 
Lucas 2:7 «y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento».
¿Donde encontramos a Jesús hoy? El cristiano sabe muy bien que Jesús nos invita a visitarlo en nuestros hermanos pobres. No puede ser solo una visita sino todo un reto a nuestra forma de vida, una decisión de solidaridad.   Por eso el Niño Dios nos da miedo.  Su invitación es muy radical. Preferimos hacer del pesebre una linda y lejana historia romántica que armonice con nuestra opulencia. Pero la conciencia nos sigue pinchando y no tendremos paz ni felicidad hasta que de veras abramos el corazón.
Mateo 25:45 «Y él entonces les responderá: "En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo».
Mateo 18:10 «Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos».
Mateo 10:42 «Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
¿Cómo podremos responder? 
Requiere amor.  Dios nos da la gracia cuando ponemos en El nuestro corazón.  Hay que meditar el Evangelio y pedir la gracia. Entonces visitamos a los pobres.  Una forma de hacerlo es por medio de alguna comunidad religiosa que trabaje con ellos.  Pero no es suficiente dar "algo" de lejos.  Pidamos que nos permitan servir con ellos a los pobres. Veremos como nace un deseo de ser verdaderamente libres. Los pobres nos benefician mucho más de lo que nosotros a ellos. Por medio de ellos, Dios nos abre al amor. Entonces querremos responder a la necesidad porque el amor nos lo pide.  Nacerá un gozo, el gozo de amar, de darse, que no se puede comparar con el placer de tener cosas.  Es cierto que cuesta, hay que lanzarse y sacrificar muchas cosas, pero así se es libre y se es de Dios. El amor va a cambiar nuestra mentalidad.  Pronto nos parecerá increíble que antes derrochábamos el dinero en tantas cosas.  Ya no podremos hacerlo igual porque el amor es así, se hace uno con el amado, y a los pobres hay que amarlos si amamos a Jesús.
Si tienes una computadora, perteneces a un pequeño grupo de los económicamente privilegiados.  La mayoría de tus hermanos no tienen ni electricidad en sus casas.  Esta Navidad pídele a Jesús nazca de veras en tu corazón. Entonces da los pasos necesarios para que la gracia opere. Vete a los pobres.  Entra en esas casitas que no son diferentes al establo de Belén y veras lo que Dios hará en tu corazón.
Por: Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María 

El rostro profundo de la Navidad.


El rostro de un Dios que quiere ser el primer amor, el amor verdadero de tu vida. 


Cada Adviento tendríamos que saber convertirlo en un hermoso momento para preguntarnos quién es Dios para nosotros. Si Dios es Alguien que influye, que transforma, que exige en nuestras vidas; o si, por el contrario, Dios es Alguien con el cual nos podemos permitir cierta indiferencia.

En la proclamación del profeta Isaías está centrada una frase que se repite una y otra vez: “Yo soy el Señor, y no hay otro”. En las palabras del profeta está encerrado lo que tiene que significar Dios en nuestra existencia. No puede haber otro señor en nuestra vida que no sea Dios. Y sin embargo, sin darnos cuenta nos dejamos atrapar por otros señores, que son los que acaban mandando en nuestra existencia.

Dice Jesús en el Evangelio de San Lucas: “No se puede servir a dos amos”. No se puede servir a dos señores. ¿Cuáles son los otros señores? Los otros señores son a veces nuestro servicio a las cosas materiales, en vez de a las cosas de Dios. Cuando la ley fundamental de nuestra vida es la comodidad, ése es nuestro señor. Cuando la ley fundamental de nuestra vida es el egoísmo, ése es nuestro señor. Cuando nuestro corazón se cierra a los planes de Dios en nosotros, y somos nosotros los que diseñamos los planes y luego le ponemos una etiqueta que dice ‘Dios’, para quedarnos a gusto, ése es nuestro señor. Cuando, a lo mejor, la soberbia es la que manda, ése es otro señor.

Y sin embargo, el profeta insiste una y otra vez: “Yo soy el Señor; y no hay otro”. Esta insistencia nos hace ver que en verdad, Él es el único capaz de sacarnos adelante, por muchas dificultades en las que podamos o queramos meternos.

Constantemente tenemos que decidir a qué señor queremos servir. Pudiera ser que al analizar mi vida me dé cuenta de que vivo enredado en un montón de situaciones frívolas, ligeras y superficiales. ¿Quiero yo servir al dios de la banalidad o de la frivolidad? ¿Cómo podemos saber cuál es nuestro señor? ¿A qué señor quiero yo servir? Analiza con mucha sinceridad, con mucha autenticidad quién es el que ocupa tu corazón. Si a lo largo del día te encuentras pensando en cosas materiales, no como medio, sino como fin, ése es tu señor. Si a lo largo del día te encuentras pensando más en el qué dirán que en cómo servir al Señor, ése es tu señor.

Sin embargo, esto no llena el corazón, sólo lo entretiene. Y de hecho, la pregunta que Juan el Bautista le hace a Jesús, es una pregunta que nosotros tendríamos que hacernos muy seguido cuando nuestro corazón se inclina hacia lo intrascendente y superficial. “¿Eres Tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”. Y si somos sinceros, escucharemos la respuesta muy clara: “Yo no soy, yo nada más estoy aquí para entretenerte”. Y si le preguntamos a la moda y le preguntamos a la superficialidad y le preguntamos a la opinión de los demás y le preguntamos al respeto humano y le preguntamos a la pereza: “¿Eres tú el Mesías, o tengo que esperar a otro?” Si somos sinceros, escucharemos la misma respuesta: “Yo no soy, yo estoy aquí nada más para entretenerte”.

¡Qué serio y qué fuerte es esto! Porque cuánta gente vive sólo y nada más de eso y para eso. Y ahora que llega la Navidad, nos enredamos en la historia del arbolito y en las luces y en los regalos y en la fiesta y en el viaje; nos enredamos en esos señores, como si ellos fueran el Mesías.

Cada uno tendría que preguntarse con mucha sinceridad: ¿Quién es mi Mesías? Solamente Aquél que es capaz de curar la ceguera del corazón; solamente Aquél que es capaz de hacer caminar lo que está atorado en el alma; solamente Aquél que es capaz de limpiar esa lepra con la que, a veces, nuestras virtudes están anidadas sin poderse mover; solamente Aquél que es capaz de quitarnos la sordera al Espíritu Santo en el alma; solamente Aquél que es capaz de resucitar la muerte que, a veces, está en nuestro corazón. Solamente el que es capaz de que los ciegos vean, el que es capaz de que los cojos anden, el que es capaz de que los leprosos queden limpios, el que es capaz de que los sordos oigan y de que los muertos resuciten, es el Mesías.

Y aunque nosotros en Navidad vemos a Jesucristo como un bebito muy lindo, en un pesebre, la palabra de Jesús es muy seria: “Será feliz aquél que no se escandalice de Mí”; será feliz aquél que sea capaz de traspasar ese rostro superficial de la Navidad y se deje enamorar por el rostro profundo de la Navidad: el rostro de un Dios que quiere ser el primer amor, el amor verdadero de tu vida.

Todos sabemos que quedarnos en la superficie de las cosas nunca compromete, en ningún ámbito de la vida. Quedarte en la superficie de la educación de tus hijos, no te compromete; quedarte en la superficie del matrimonio e ir pasando un año, dos, tres y veinte, no te compromete; quedarte en la superficie de un servicio a los demás, no te compromete. “Dichoso aquél que no se escandalice”, dichoso es aquél que es capaz de entender el rostro profundo de la Navidad, que es el rostro de un Dios que viene a tu vida para decirnos que El sí es el que tiene que venir, que no hace falta que esperemos a otro, que nadie más que El nos va a salvar.Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 

La grandeza de lo pequeño


Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer.


En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. »
Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: « ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.
 (Lc. 10. 21-24)

“Yo te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los pequeños.” Estas palabras encierran un misterio y una paradoja para la lógica humana. Los más grandes acontecimientos de su vida, Cristo no los quiso revelar a quienes, según el mundo, son “los sabios y prudentes”. Él tiene una manera diferente para calificar a los hombres.

Para Dios no existen los instruidos y los iletrados, los fuertes y los débiles, los conocedores y los ignorantes. No busca a las personas más capaces de la tierra para darse a conocer, sino a las más pequeñas, pues sólo estas poseen la única sabiduría que tiene valor: la humildad.

Las almas humildes son aquellas que saben descubrir la mano amorosa de Dios en todos los momentos de su vida, y que con amor y resignación se abandonan con todas sus fuerzas a la Providencia divina, conscientes de que son hijos amados de Dios y que jamás se verán defraudadas por Él. La humildad es la llave maestra que abre la puerta de los secretos de Dios. Es la gran ciencia que nos permite conocerle y amarle como Padre, como Hermano, como Amigo.

El adviento es tiempo de preparación, un momento fuerte de ajuste en nuestras vidas.Esforcémonos, pues, por ser almas sencillas, almas humildes que sean la alegría y la recreación de Dios. Cristo niño volverá a nacer en medio de la más profunda humildad como lo hiciera hace más de dos mil años. Un par de peregrinos tocarán a la puerta de nuestro corazón pidiendo un lugar para que el Hijo de Dios pueda nacer. ¿Cómo podremos negarle nuestro corazón a Dios, que nos pide un corazón humilde y sencillo en el cual pueda nacer?


“Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven, porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que oyen, y no lo oyeron.”
Por: Christian David Garrido F. L.C. | Fuente: Catholic.net 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE EN LA APERTURA DE LA PUERTA SANTA,8 DE DICIEMBRE DE 2015.


En breve tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Como hice en Bangui, cumplimos este gesto, a la vez sencillo y fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, en estas lecturas se repite con frecuencia una expresión que evoca la que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, asombrada y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1,28).

La Virgen María está llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor hizo en ella. La gracia de Dios la envolvió, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, también el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella en un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia transforma el corazón, y lo hace capaz de realizar ese acto tan grande que cambiará la historia de la humanidad.

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no sólo perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El comienzo de la historia del pecado en el Jardín del Edén desemboca en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis nos remiten a la experiencia cotidiana de nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se manifiesta en el deseo de organizar nuestra vida al margen de la voluntad de Dios. Esta es la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios. Y, sin embargo, también la historia del pecado se comprende sólo a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se entiende con esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados de entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo encierra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es para nosotros testigo privilegiado de esta promesa y de su cumplimiento.

Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. Es Él el que nos busca. Es Él el que sale a nuestro encuentro. Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánto se ofende a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de destacar que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, así es precisamente. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios tendrá lugar siempre a la luz de su misericordia. Que el atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, haga que nos sintamos partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa, queremos recordar también otra puerta que los Padres del Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de las aguas poco profundas que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para reemprender con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; dondequiera que haya una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo. El jubileo nos estimula a esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del Samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la conclusión del Concilio. Que al cruzar hoy la Puerta Santa nos comprometamos a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.Fuente:Vaticano.

La devoción a la Inmaculada Concepción...


La devoción a la Inmaculada: nos humaniza, nos hace más delicados en el amor ...


“¿Quién es esta, que se levanta como la aurora, que es hermosa como la luna, y resplandece como el sol?”, proclama la Iglesia. La tierra y el cielo, la Iglesia entera, celebra gran fiesta, y nosotros también. Esta fiesta se extendió desde Oriente donde comenzó, por muchos sitios desde el siglo VII, y desde el siglo XIII ya se vivió como fiesta por todo el pueblo cristiano.

La Virgen no padeció mancha de pecado alguno, ni el original que nos legaron Adán y Eva, ni otro alguno. En este misterio celebramos que quedó constituida libre del pecado original desde el primer instante de su vida. Ella es la "plena de gracia", en virtud de un singular privilegio de Dios y en consideración de los méritos de Cristo. Fue constituida libre de cualquier egoísmo y atadura al mal. Convenía que la que tenía que ser Virgen María fuera la maravilla de la creación, la obra maestra.

Nos conviene contemplar a la más perfecta, la más bella de las mujeres. “Tota pulchra est Maria”: es la criatura más hermosa que ha salido de la mano de Dios. Reina del cielo y de la tierra, es superior por su gracia a todos los ángeles. Fue en 1854 cuando Pío IX dijo en la Bula “Ineffabilis Deus: “Declaramos, Proclamamos y Definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles”. Muchos pueblos sienten la devoción a la Inmaculada como algo muy suyo, basta pensar las imágenes que presiden muchas iglesias, grandes obras de arte del renacimiento o del barroco (por citar algunas, en escultura “La cieguecita”, de Juan Martínez Montañés y la “Virgen de la Oliva” en Lebrija, de Alonso Cano; en pintura, las de Murillo lo resumen todo); la devoción a la Inmaculada atrae a los jóvenes a cantarle (como en el caso de la imagen de Sevilla, que está al lado de la catedral), y también recuerdo la fiesta que se organiza en la plaza de España en Roma, donde el Papa Juan Pablo II solía ir a visitar piadosamente rodeado de multitudes, ante otra Inmaculada, también coronando una columna.

Esta devoción abarca aspectos muy cotidianos, como la costumbre de tantos sitios de saludarnos al entrar a una casa, con un: “ave María purísima”; y la respuesta de quien nos recibe dentro: “sin pecado concebida”. Es también muy bonito emplear este saludo inicial al ir a confesar. Y qué alegría oírlo cuando se oye o ve algo malo, que ofende el buen sentir, como un modo de reparar a la Virgen, de rectificar con amor aquella falta de amor...

También –y eso siglos antes de la proclamación dogmática – con juramentos proclamaban los ayuntamientos la fe en la Inmaculada Concepción, asimismo no se podía ser doctor en las universidades de Salamanca, Hispalense y otras muchas, si no se juraba como requisito defender esta verdad, al recibir el título universitario se hacía testimonio de esta fe.

En fin, que es devoción muy popular y muy arraigada. El corazón del pueblo cristiano -guiado por el espíritu Santo- tiene razones profundas, es el “sensus fidei”, el sentido de la fe. No serán razones muy razonadas, sino la expresión sencilla de la verdad, del corazón, el buen hijo que demuestra el amor a su madre. Como decía san Josemaría Escrivá, ¿como escogeríamos a nuestra Madre si hubiésemos podido hacerlo? Hubiéramos escogido la que tenemos, llenándola de todas las perfecciones y gracias. Así lo ha hecho Dios.

Convenía que la que tenía que ser Madre del Hijo de Dios fuera liberada del poder de Satanás y del pecado, de aquel pecado original que se borra por el bautizo. Por esto, debemos hacer propaganda de bautizar los niños cuanto antes, los padres tienen derecho, y los niños lo necesitan como el pecho de la madre para poder alimentarse. ¿Cómo vamos a decir a un niño que escoja tomar alimento cuando sea mayor? Sería una aberración, pues la madre quiere darle lo mejor, por eso le da alimento, y por eso le da la fe del bautismo por la que somos hijos de Dios. Este aniversario nos recuerda también la batalla que hay en el mundo a favor de la vida: Santa Ana concibe su hija María, y no la rechaza, como hacen muchos hoy dejándose llevar por una cultura del egoísmo y de la muerte: la recibe en sus entrañas como un don de Dios, recibe un tesoro privilegiado, recibe el don de la vida, que es sagrado. Y pensar que algunas personas están ciegas ante este don... Por esto nos viene tan bien la devoción a la Inmaculada: nos humaniza, nos hace más delicados en el amor.

Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net 
 

El mundo de hoy tiene necesidad de misericordia


Entrevista al Papa Francisco sobre el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. 2 diciembre 2015.


El Papa Francisco ha concedido una nueva entrevista. Esta vez al semanario italiano Credere (Creer) que es la revista oficial del Jubileo de la Misericordia. A continuación ACI Prensa presenta la entrevista íntegramente traducida al español por el corresponsal de Roma, Álvaro de Juana.
Santo Padre. Ahora que estamos a punto de entrar en lo ‘vivo’ del Jubileo, ¿nos puede explicar qué motivo del corazón le ha empujado a poner de relieve el tema de la misericordia? ¿Qué urgencia percibe, a tal respecto, en la situación actual del mundo y de la Iglesia?
– El tema de la misericordia se va acentuando con fuerza en la vida de la Iglesia a partir de Pablo VI. Fue Juan Pablo II el que lo subrayó fuertemente con la “Dives in misericordia”, la canonización de Santa Faustina y la institución de la fiesta de la Divina Misericordia en la Octava de Pascua.
En esta línea, he sentido que hay como un deseo del Señor de mostrar a los hombres Su misericordia. Entonces no es que me haya venido a la mente, sino que retomo una tradición relativamente reciente, si bien siempre ha existido. Y me he dado cuenta de que se debía hacer algo para continuar esta tradición.
Mi primer Ángelus como Papa fue sobre la misericordia de Dios, y en aquella ocasión hablé también de un libro sobre la misericordia que me regaló el Cardenal Walter Kasper durante el Cónclave; también en mi primera homilía como Papa, el domingo 17 de marzo en la parroquia de Santa Ana, hablé de la misericordia. No ha sido una estrategia, me ha venido de dentro: el Espíritu Santo quiere algo.

Es obvio que el mundo de hoy tiene necesidad de misericordia, tiene necesidad de compasión, a través de “partir con”. Estamos habituados a las malas noticias, a las noticias crueles y a las atrocidades más grandes que ofenden el nombre y la vida de Dios. El mundo tiene necesidad de descubrir que Dios es Padre, que tiene misericordia, que la crueldad no es el camino, se cae en la tentación de seguir una línea dura, en la tentación de subrayar solo las normas morales, pero cuánta gente se queda fuera.
Me ha venido a la mente esa imagen de la Iglesia como un hospital de campaña después de la batalla; es la verdad, ¡cuánta gente herida y destruida! Los heridos son curados, ayudados a sanar, no sometidos a los análisis para el colesterol. Creo que este es el momento de la misericordia. Todos nosotros somos pecadores, todos llevamos pesos interiores. He sentido que Jesús quiere abrir la puerta de Su corazón, que el Padre quiere mostrar sus entrañas de misericordia, y por eso nos manda el Espíritu: para moverse y para movernos. Es el año del perdón el año de la reconciliación.
Por un lado vemos el tráfico de armas, la producción de armas que matan, el asesinato de inocentes en los modos más crueles posibles, la explotación de personas, menores, niños: se está actuando –si me permite el término– un sacrilegio contra la humanidad, porque el hombre es sagrado, es la imagen del Dios vivo. Entonces el Padre dice: ‘deténganse y vengan a mi’. Esto es lo que yo veo en el mundo.
Usted ha dicho que, como todos los creyentes, se siente pecador, necesitado de la misericordia de Dios. ¿Qué importancia ha tenido en su camino de sacerdote y de obispo la misericordia divina? ¿Recuerda en particular algún momento en el que ha sentido de manera transparente la mirada misericordiosa del Señor en su vida?
– Soy pecador, me siento pecador, estoy seguro de serlo; soy un pecador al cual el Señor ha mirado con misericordia. Soy, como he dicho a los encarcelados en Bolivia, un hombre perdonado. Soy un hombre perdonado, Dios me ha mirado con misericordia y me ha perdonado. Todavía ahora cometo errores y pecados, y me confieso cada quince o veinte días. Y si me confieso es porque tengo necesidad de sentir que la misericordia de Dios está todavía en mí.
– Me acuerdo –lo he dicho ya muchas veces– de cuando el Señor me ha mirado con misericordia. He tenido siempre la sensación de que tenía cuidado de mi de un modo especial, pero el momento más significativo se verificó el 21 de septiembre de 1953, cuando tenía 17 años. Era el día de la fiesta de la primavera y del estudiante en Argentina, y la habría celebrado con los otros estudiantes: yo era católico practicante, iba a la misa del domingo, pero nada más… estaba en Acción Católica, pero no hacía nada, era solo un católico practicante.
A lo largo de la calle para a estación ferroviaria de Flores, pasaba cerca de la parroquia que frecuentaba y me sentía empujado a entrar: entré y vi venir por un lado a un sacerdote que no conocía. En ese momento no sé qué me sucedió, pero advertí la necesidad de confesarme, en el primer confesionario a la izquierda –mucha gente iba a rezar allí–. Y no sé qué ocurrió que salí distinto, cambiado. Volví a casa con la certeza de tenerme que consagrar al Señor y este sacerdote me acompañó durante casi un año.
Era un sacerdote de Corrientes, don Carlos Benito Duarte Ibarra, que vivía en la Casa del Clero de Flores. Tenía leucemia y se estaba curando en el hospital. Murió al año siguiente. Después del funeral lloré amargamente, me sentí totalmente perdido, como con el temor de que Dios me hubiese abandonado. Este fue el momento en el que me sumergí en la misericordia de Dios y está muy unido a mi lema episcopal: el 21 de septiembre es el día de San Mateo, y Beda el Venerable, hablando de la conversión de Mateo, dice que Jesús miró a Mateo “miserando atque eligendo”.
Se trata de una expresión que no se puede traducir, porque en italiano uno de los dos verbos no tiene gerundio, ni tampoco en español. La traducción literal sería “misericordiando y eligiendo”, casi como un trabajo artesanal. “Lo misericordió: esta es la traducción literal del texto. Cuando años después, recitando el breviario latino, descubrí esta lectura, me acordé de que el Señor me había modelado artesanalmente con Su misericordia. Cada vez que venía a Roma, porque me alojaba en Via della Scrofa, iba a la Iglesia de San Luis de los Franceses a rezar delante del cuadro de Caravaggio, sobre la Vocación de San Mateo.
Según la Biblia, el lugar donde mora la misericordia de Dios es el vientre, las entrañas maternas, de Dios. Que se conmueven al punto de perdonar el pecado. ¿El Jubileo de la misericordia puede ser una ocasión para redescubrir la ‘maternidad de Dios’? ¿Existe también un aspecto más ‘femenino’ de la Iglesia que haya que valorar?
– Sí, Él mismo lo afirma cuando dice en Isaías que si una madre se olvidase de su hijo, también una madre puede olvidar… ‘yo en cambio no te olvidaré jamás’. Aquí se ve la dimensión materna de Dios. No todos comprenden cuando se habla de la ‘maternidad de Dios’, no es un lenguaje popular –en el buen sentido de la palabra–, parece un lenguaje un poco elegido; por eso prefiero usar la ternura, propia de una madre, la ternura de Dios, la ternura nace de las entrañas paternas. Dios es padre y madre.
La misericordia, siempre si nos referimos a la Biblia, nos hace conocer a un Dios más ‘emotivo’ que aquel que alguna vez imaginamos. ¿Descubrir un Dios que se conmueve y se enternece por el hombre puede cambiar también nuestra actitud hacia los hermanos?
– Descubrirlo nos llevará a tener una actitud más tolerante, más paciente, más tierna. En 1994, durante el Sínodo, en una reunión de los grupos, dije que se debía instaurar la revolución de la ternura, y un Padre sinodal –un buen hombre, que yo respeto y al cual quiero mucho– ya muy anciano, me dijo que no convenía usar este lenguaje y me dio explicaciones razonables, de un hombre inteligente, pero yo continúo diciendo que hoy la revolución es la de la ternura porque de aquí deriva la justicia y todo el resto.
Si un emprendedor contrata a un empleado de septiembre a julio, le dije, no es justo porque le despide por las vacaciones en julio para después volverle a contratar con un nuevo contrato de septiembre a julio, y de este modo el trabajador no tiene derecho a la indemnización, ni a la pensión, ni a la seguridad social. No tiene derecho a nada. El emprendedor no muestra ternura, sino que trata al empleado como un objeto –es por poner un ejemplo de donde no hay ternura.
Si se pone en la piel de esa persona, en lugar de pensar en sus propios bolsillos por cualquier dinero de más, entonces las cosas cambian. La revolución de la ternura es aquella que hoy tenemos que cultivar como fruto de este año de la misericordia: la ternura de Dios hacia cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros debe decir: ‘Soy un desgraciado, pero Dios me ama así; entonces también yo debo amar a los otros del mismo modo’.
Es famoso el ‘discurso a la luna’ del Papa Juan XXIII, cuando, una tarde, saludó a los fieles diciendo: ‘Den una caricia a sus niños’. Esa imagen se convierte en un icono de la Iglesia de la ternura. ¿En qué modo el tema de la misericordia podrá ayudar a nuestras comunidades cristianas a convertirse y a renovarse?
– Cuando veo a los enfermos, los ancianos, me viene espontáneamente la caricia… La caricia es un gesto que puede ser interpretado ambiguamente, pero es el primer gesto que hacen la mamá y el papá con el niño apenas ha nacido, el gesto del ‘te quiero mucho’, ‘te amo’, ‘quiero que salgas adelante’.
¿Nos puede anticipar un gesto que pretenda hacer durante el Jubileo para testimoniar la misericordia de Dios?
– Habrá muchos gestos que se harán, pero un viernes de cada mes haré un gesto distinto.
Por: Papa Francisco | Fuente: aciprensa.com 

Agradecimiento a la Asociación La Salle de Agüimes y Ayuntamiento de Agüimes de la comunidad parroquial de San Sebastián de Agüimes.



Agradecemos a la Asociación la Salle que ha gestionado y costeado el arreglo del cuadro del pintor D. José Luis Artiles, situado en la nave izquierda de nuestro Templo Parroquial. 

Gracias, también, al personal de carpintería del Iltre. Ayuntamiento de Agüimes que realizo, con gran eficiencia, la obra.

TESTIMONIO DEL JOVEN RUBÉN CONFIRMADO EL PASADO 21 DE NOVIEMBRE POR NUESTRO OBISPO DON FRANCISCO CASES ANDREU EN NUESTRA PARROQUIA DE AGÜIMES.

CONFIRMADO EN LA FE DE JESÚS, PRINCIPIO Y FIN DE TODO LO CREADO..

Me he educado dentro de una familia religiosa, mis padres desde pequeños nos han hablado de Dios y de la necesidad de amarle y de confiar en él, de esa forma iban alimentando nuestra fe. Una vez que hemos llegado a ser adultos seguían diciéndonos que debíamos ratificar nuestra fe con la confirmación, porque de esa forma seríamos nosotros quienes decidiéramos seguir a Jesús.
    Cuando anunciaron en la Iglesia que iba a empezar la catequesis para la confirmación,  tomé la decisión de asistir a las reuniones, y se lo comenté a mi novia. Ella también se animó y empezamos a asistir a la catequesis. Durante el año que nos estuvo preparando la hermana Pilar con tanto cariño y simpatía, ella nos ayudó a abrir nuestro corazón, aprender a encontrarnos con Dios y a hablar con él mediante la oración.
    Mi novia y yo aprendimos que orar no es simplemente repetir una oración de memoria, sino que es algo más profundo, es abrir tu corazón y expresar sinceramente lo que sientes en lo más profundo del alma. Aprendimos que hay que rezar despacio sintiendo lo que decimos. En cada reunión nos sentíamos muy cómodos y alegres y sentíamos que algo iba cambiando en nuestro interior hasta el punto de querer dar testimonio de nuestra fe y de ser mejores cristianos.
    El día de la confirmación fue algo muy especial para mi novia y para mi. Estábamos nerviosos con deseos de confirmarnos y de recibir la comunión, es una experiencia única que se tiene una vez en la vida. Sientes una alegría interior que te llena de fuerzas para seguir adelante en el buen camino. Yo desde mi experiencia personal animo a todos los jóvenes a que experimenten ese cambio en sus vidas, que sientan esa alegría y paz interior que solo Dios nos puede dar en la confirmación y sobretodo en el momento más importante de la ceremonia que es el momento de la recepción del cuerpo y sangre del Señor en la misa.
Rubén Artiles.