La familia del Seminario crece y la comunidad parroquial de Agüimes se alegra por ello.

¡Nuestro Seminario Diocesano ha comenzado el curso con dos nuevas incorporaciones! Juan Medina Naranjo, de 18 años, y natural de Las Palmas de Gran Canaria, de la parroquia Santa María del Pino, que ha pasado del Seminario Menor. Lo mismo ha hecho Daniel Romero de León, también de 18 años, y natural de Playa Honda, en Lanzarote, pertenece a la parroquia de Santa Elena y ha dado el paso de entrar al Seminario Mayor de nuestra diócesis. Ellos nos cuentan ahora su experiencia, pero antes, les invitamos a seguir rezando por las vocaciones, pidiéndole al Señor que mande numerosos obreros a su mies.
Juan Medina NaranjoAll-focus
La historia de mi vocación es más bien sencilla. No se dan grandes experiencias que me llevaran a dar el sí definitivo, así como tampoco tengo una fecha concreta en la que respondí a lo que el Señor me iba pidiendo. Se trata de un proceso que comienza desde una edad muy temprana y en el que todavía continúo, ya que la conversión dura toda la vida.
Mi vocación surge —siempre lo he entendido así— gracias a la oración. Una oración que comienza de la manera más sencilla y agradable a Dios: en el corazón de un niño. Tendría yo alrededor de cinco años cuando un día pregunté a mi madre si debía rezar por mi cuenta (en mi familia acostumbrábamos a rezar juntos en el coche). Tras un momento de reflexión, me contestó con una afirmación. Comencé, pues, a rezar por las noches. Mi sencillez de niño me llevó a recitar todas las oraciones que iba aprendiendo; una retahíla que hacía sonreír a Dios —estoy convencido de ello—. Pronto comencé con las «peticiones»: ahí estaba la semilla de mi relación con Dios. El pedir por mi familia y amigos me llevó a pasar de una relación «formal» (por así decirlo) con el Señor, a una más familiar e íntima. Yo le explicaba al Señor las razones por las que pedía por este o aquel, le contaba mis preocupaciones, mis alegrías. Poco a poco el Señor fue haciendo su obra, y cada vez iba calando más dentro de mí. Esta relación con Padre Dios me permitió estar más atento a aquello que Él podría pedirme.
La idea de ser sacerdote me vino por primera vez gracias al testimonio de vida de mi primer párroco. Como a tantas personas, más que el escuchar el Evangelio, fue el verlo encarnado lo que me llevó a amar ese estilo de vida, y a estar, entonces, dispuesto a escucharlo y aprehenderlo. Esa idea de la vocación ha permanecido en mí desde entonces, y con los años no ha ido sino en aumento. El testimonio de tantos otros sacerdotes que he ido conociendo, algunos de los cuales han sido claves en mi vida, han aumentado la inquietud en mí por el sacerdocio.
Ahora me adentro en unos años de formación muy intensa, pero también de intenso encuentro con Jesús, y eso me alegra y me reconforta enormemente. Me pongo en sus manos, que Él mire si mi camino se desvía y me guíe por el camino eterno (cf. Salmo 138)
Daniel Romero de León
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Hola, me llamo Daniel Romero de León, tengo 18 años y soy de Playa Honda, Lanzarote. Al principio, mis padres, a los que agradeceré siempre la educación y los valores que me han aportado, me llevaban obligado a misa, pero, con el tiempo, me fue gustando, sobre todo porque después de la misa había juegos para los niños. Recuerdo que nos peleábamos por ser monaguillos y al final siempre me tocaba a mí. Cuando no asistía a misa el sábado, se me hacía cuesta arriba el estudio al día siguiente, por lo que decidí ir siempre. Y así, comencé a plantearme el ser sacerdote. Los sacerdotes que me conocían insistían en que veían en mí una posible vocación, aunque yo me negaba y llegué a cogerle cierta reticencia. Pero en febrero de este año, sentí que Dios me llamaba y lo comenté con mi párroco, D. Miguel Hernández, que me puso en contacto con D. Eloy Santiago, formador del Seminario Diocesano. Estuvimos tratando esta posible llamada del Señor a través de varios ejercicios, y el que más me ayudó fue el de escribir mi «curriculum cristiano». Este ejercicio me hizo comprender que esa posible vocación que yo había desterrado de mis pensamientos salía de nuevo a la luz, de una forma maravillosa. Doy gracias, al Señor, por darme fuerzas para seguirle y estar aquí, porque a pesar de llevar un mes y poco, hay veces que todavía ni me creo estar en el Seminario, preparándome para ser un posible sacerdote. «¿¡Quién me lo diría!?», me digo a mí mismo muchas veces, acordándome de una frase de mi madre: «Nunca digas de este vaso no beberé». En casa nadie se lo esperaba, sobre todo mis padres (ambos se quedaron blancos cuando se lo dije), pero les agradezco que me apoyen, pues donde está mi felicidad, es decir, en cumplir la voluntad del Señor, allí estará también la de ellos.
En el seminario me he acostumbrado muy bien al día a día gracias a una experiencia anterior que viví este verano, en el Encuentro de Seminaristas Menores de Bachillerato. Yo me siento muy afortunado y contento de saber que lo que el Señor me pedía en febrero era que entrase en el seminario y no me arrepiento por nada del mundo de haber entrado, aparte de por estar cumpliendo su voluntad, porque la comunidad que vive aquí es muy especial y la fraternidad, la ayuda, la alegría, los chistes, la comprensión, el respeto, son el pan de cada día. Los ratos de oración en comunidad y la Misa son preciosos y de los que más disfruto, al sentir que estoy hablando y recibiendo el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Doy gracias a todas las personas que me han ayudado a lo largo de mi corta vida para llegar aquí, pero, sobre todo, a Dios que me ayuda a luchar contra corriente y entrar en mi nueva casa, el seminario.
(Artículo publicado en el mensual diocesano Iglesia al Día
de noviembre de 2018)