5º.Reflexión de Cuaresma de nuestro párroco el Rvdo. Don Miguel Ant. Lantigua Barrera.
Ha comenzado la Cuaresma y vamos a tener este apartado nuevo dedicado a la reflexión.
Una reflexión para cada semana de cuaresma realizada por nuestro párroco el Rvdo. Don Miguel Ant. Lantigua Barrera, deseando que les sirva para el discernimiento interior, aquí les dejamos la primera.
El amor fiel de Dios, ante nuestra realidad de debilidad y de pecado, se convierte en misericordia y perdón. El perdón es la mayor expresión del amor. Jesús en el evangelio nos muestra sobradamente el corazón misericordioso de Dios. Son muchos los textos evangélicos que muestran este perdón de Dios: “la mirada de Jesús a la mujer adúltera” (Juan 8,211); “el encuentro con Zaqueo” (Lucas 19,1-10) y en especial “el hijo pródigo o padre de la misericordia” (Lucas 15,11-32) etc. Acoger, comprender y perdonar es la práctica habitual de Jesús con todos, en especial, con los pecadores.
Con frecuencia nos cuesta entender y experimentar que Dios es así con nosotros, que su amor y su misericordia no tienen límites. Si volvemos a Él de corazón no nos ocultará su rostro. Por el contrario la dinámica de Dios es darnos siempre una nueva oportunidad: “vete en paz y no quieras pecar más”. Necesitamos aprender a cantar y proclamar su misericordia. Solo Dios puede renovar nuestra vida con su perdón.
Una dificultad para tener experiencia del perdón y de la misericordia de Dios es el no sentirnos pecadores. Y, naturalmente, quien no se reconoce pecador se cierra al ofrecimiento del perdón y de la conversión. Muchos cristianos hemos perdido la conciencia de pecado. Hemos pasado, por el movimiento pendular de un pasado en el que “todo” era pecado a un presente en el que pensamos que “nada” es pecado. El principio de “como ya eso es normal”, “como todos lo hacen”, nos ha llevado a perder la conciencia de lo bueno y lo malo. Con facilidad hemos confundido lo permitido legal o socialmente con lo bueno moralmente.
También necesitamos liberarnos de un malentendido. Las cosas no son malas porque Dios ha querido que sean pecados. Es, exactamente, al revés. Precisamente porque son malas y destruyen nuestra persona y nuestra felicidad, son pecado. Dios quiere liberar el corazón del hombre y del mundo de todo lo que le impidan el bien y la felicidad.
Tenemos que apostar por recuperar una “delicadeza de conciencia”. Entendamos por delicadeza de conciencia la capacidad de examinar nuestras acciones desde los valores del evangelio, desde el mandamiento supremo del amor, desde los valores del Reino de Dios.
El ritmo de vida que sufrimos hoy ha matado la serenidad, la paz y el tiempo que necesitamos para pararnos, con cierta frecuencia, a examinar nuestra conciencia, a revisar nuestra vida, a ser conscientes de lo bueno y de lo malo que hacemos y de lo que dejamos de hacer. Descubramos la necesidad de pararnos a pensar, a revisar y a entrar en camino de conversión.
NECESITAMOS CELEBRAR EL SACRAMENTO DEL PERDÓN
Lamentablemente son muchos los cristianos que han perdido la necesidad de celebrar el Sacramento de la Confesión. Tal vez por no tener conciencia de pecado, por parecerle un sacramento en desuso o porque piensan que basta con confesarse directamente con Dios. Y no son todos, personas alejadas de la Iglesia y de la participación de la Eucaristía. Bastantes cristianos participan en la Comunión frecuentemente y no sienten la necesidad de confesarse. Necesitamos recuperar la alegría del encuentro con el Señor en este Sacramento. Tal vez convendría que recordemos el mandamiento de la Iglesia de “confesar, al menos, una vez al año”. Claro está que el ideal no es que la celebración del Sacramento de la Penitencia esté sujeta a un simple precepto sino a una necesidad, mucho más profunda, de tener un encuentro personal con el Señor, de experimentar la alegría del perdón, de sentir la ilusión por iniciar de nuevo el camino de conversión.
Ciertamente no deja de ser preocupante la facilidad con la que comulgamos sin llevar una vida mínimamente coherente con las exigencias del evangelio, sin frecuentar la participación en la eucaristía dominical, sino en ocasiones puntuales, o viviendo en situación irregular. Quizá nos hemos acostumbrado a acercarnos a comulgar sin pararnos a pensar si estamos reconciliados con el Señor y con los hermanos. Normalmente en la vida no nos sentamos a la mesa estando enemistado con quien nos invita sin antes tener un gesto de reconciliación con él. Los que nos acercamos a la mesa del Señor también necesitamos estar reconciliados. Necesitamos preguntarnos, antes de acercarnos a comulgar, si estamos en condiciones y en actitud de hacerlo.
¡Ojalá que este tiempo de cuaresma nos ayude a valorar el sacramento de la Confesión, a celebrarlo con frecuencia y a vivirlo en profundidad! También nos ayude a reconocer la realidad de pecado que hay en cada uno de nosotros para acercarnos desde nuestra debilidad al Dios del amor y la misericordia y así experimentar su amor y su perdón.
Hoy se hace necesaria la oración. Necesitamos ratos de silencio, de serenidad, de paz para hablar y escuchar a Dios. Vivimos en un mundo de ruidos que ahogan todo silencio, a un ritmo de vida que nos impide vivir con tranquilidad y sosiego. No podemos parar el tiempo ni es fácil prescindir del trabajo diario, pero sí necesitamos pararnos en el tiempo para conectar con Dios. ¡Qué pena que nuestro móvil no nos sirva para ponernos en contacto con Dios! Hablamos mejor con Dios en el silencio. Ten en cuenta que Dios no necesita de tu silencio para hablarte, pero tú sí necesitas silencio para escucharle.
Difícilmente se mantiene y se fortalece la relación con alguien sin dedicar tiempo a estar con él. Nuestra relación con Dios supone tiempo para estar a solas con Él.
Una de las dificultades de muchos de nosotros hoy es que se nos está olvidando rezar, crece una cierta incapacidad para la oración. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y a la reflexión. Pero lo peor es que hemos ido perdiendo la capacidad de silencio interior y de encuentro sincero con uno mismo y con Dios. Buscamos la eficacia de las cosas y la oración nos puede parecer algo inútil y poco importante. Y sin embargo necesitamos orar. No es posible vivir nuestra fe y nuestra vocación humana sin alimentar nuestra vida con ratos de oración.
La oración nos ayuda a:
- encontrar momentos de serenidad y descanso que nos permitan vivir el ritmo diario,
- a permanecer con actitud lúcida y con criterios en una sociedad superficial que nos deshumaniza.
- a encontrarnos con nuestra propia verdad y a irnos liberando de todo lo que nos esclaviza y nos impide vivir felices.
- a experimentar el amor y ternura de Dios Padre, a encontrarnos con Jesús y vivir como Él y para sentir la fuerza del Espíritu que nos anima a caminar.
Y nos preguntamos: ¿ cuál es la oración que necesitamos? ¿cuál es la oración que Dios quiere?
A veces podemos convertir nuestra oración en un torrente de palabras nuestras, en una lista de peticiones sin fin. La auténtica oración no es la que está llena de muchas palabras, sino la que escucha mucho. La auténtica oración necesita de silencios llenos de escucha. La auténtica oración no es la que nos deja en nuestra propia complacencia personal, conmovidos, afectivamente satisfechos, sino la que nos mueve y nos pone en camino hacia nuestros hermanos. La oración auténtica es la que, ayudándonos a superar nuestros miedos, perezas y pasividades, nos levanta, nos saca de nuestra comodidad y nos pone en camino.
La oración es vida del alma, necesidad permanente. La cuaresma nos invita a:
- descubrir la necesidad de la oración en nuestra vida
- experimentar el gusto y el gozo de orar
- a ser fieles al tiempo que dedicamos a la oración a ejemplo de Cristo, que se retiraba al desierto y subía a la montaña para orar.
Miguel Ant. Lantigua Barrera
La preocupación por los pobres es uno de los rasgos que deben marcar la vida de todo cristiano y de nuestra Iglesia.
Y la razón es que Cristo no sólo amó a los pobres sino que vivió en la pobreza, centró su anuncio de liberación a los pobres y quiso que la Iglesia siguiese teniendo esta opción y preocupación por los más pobres.
En todos los tiempos y lugares ha habido millones de personas que carecen de lo más indispensable y diariamente se debaten entre la angustia y la incertidumbre, entre la vida y la muerte por el hambre, la sequía, la miseria.
La abstinencia en cuaresma debe impulsarnos a compartir lo que somos y tenemos: nuestro tiempo, nuestra alegría, nuestras cualidades, nuestro dinero.
Con acciones sencillas pero muy concretas, por parte de cada uno de nosotros haremos que nuestra Iglesia sea abogada de la justicia y defensora de los pobres.
¡En esta cuaresma seamos solidarios!
Miguel Ant. Lantigua Barrera
2. La Conversión: No podemos hablar de cuaresma sin hablar de conversión. No podemos renovarnos sin iniciar un camino de renovación. Todos estamos necesitados de conversión. Y la conversión de la que nos habla Jesús no es algo forzado. Es un cambio que va creciendo en nosotros en la medida que vamos cayendo en la cuenta que Dios es alguien que nos quiere y desea hacer nuestra vida más feliz. No es dejar de vivir sino descubrir al Dios para el que vale la pena vivir. Más que esforzarnos por convertirnos es dejar que Dios nos vaya convirtiendo.
3. La oración: Cuaresma también es tiempo de oración, de buscar y dedicar tiempo a la oración, al silencio, a entrar en sintonía con Dios En nuestra vida actual normalmente vivimos entre ruidos y con mil preocupaciones, no hay silencio ni tiempo para pararnos a hablar y a escuchar a Dios. Necesitamos pararnos para escuchar a Dios, para dejar que Él nos hable. Una oración que ante la realidad de nuestra vida no nos desanime sino nos haga caminar alegres y esperanzados.
4. La Palabra de Dios: Cuaresma es tiempo de evangelio. Si siempre la Palabra de Dios debe estar presente en nuestra vida, en estos días de forma especial. Ahora es tiempo propicio para leer y reflexionar la palabra de Dios y desde ella tratar de revisar y programar nuestra vida.
5. La vivencia comunitaria: El profundizar en el evangelio nos lleva a no plantearnos la vida desde el individualismo sino desde la relación con los demás. La fe tiene que ser vivida y compartida. En cuaresma debemos hacer camino juntos hacia la Pascua. Podemos tener el peligro de vivir la cuaresma de forma intimista e individualista.
6. La humildad: Nos cuesta muchas veces aceptar nuestra debilidad, nuestros fallos, nuestro pecado. Nos resistimos a aceptar que somos de barro. Nuestra experiencia es también la de San Pablo cuando decía “hago el mal que no quiero y no hago el bien que deseo”.
7. La vigilancia: Tenemos que reconocer que nuestro mundo hoy nos adormece, nos “droga”. Nos droga con el consumo, con la comodidad, con el deseo de tener, con el poder, con el prestigio y otras tantas cosas. Nos lleva a no pensar, a vivir sin valores, sin plantearnos nada, sin complicarnos la vida. Nos hace bajar el listón de las exigencias, suavizar el evangelio. “Estén en vela” nos dice continuamente Jesús en el evangelio. Un medio de estar en vela es pararnos de vez en cuando a pensar, a reflexionar, a revisar nuestra vida. . Necesitamos reflexionar para ser libres.
Defectos que debemos evitar:
-La rutina y la monotonía: evitar vivir la cuaresma repitiendo ritos y costumbres y no acabar de entender que Dios es siempre distinto, es sorpresa, quiere aportarle novedad a nuestra vida.
-La sordera: es esa incapacidad que se va creando en nosotros para escuchar a Dios, para entrar en diálogo personal con él. La sordera que nos impide personalizar la palabra de Dios. Ser capaces de oír un “a ti te lo digo”
Cada uno puede descubrir desde su experiencia personal que realidades le pueden impedir vivir con profundidad y alegría esta cuaresma.
La cuaresma es una oportunidad que nos brinda la liturgia de la Iglesia, tratemos de vivirla en toda su riqueza. Riqueza que nos llega por la Palabra de Dios, por las celebraciones, por la oración de la comunidad, por lo que los demás nos aportan y sobre todo por la acción salvadora de Dios. Con frecuencia seguimos asociando la cuaresma a viejas normas y a costumbres que hoy nos resultan pesadas y sin mucho sentido. Es importante que vivamos esta cuaresma con nueva ilusión. Ilusión ante la oportunidad que Dios nos da para renovar nuestra vida, para disfrutar más de Él, para vivir de una manera más humana y más feliz.
Dios quiere renovarnos, quiere rejuvenecernos, no quiere dejarnos envejecer. Normalmente pensamos que nuestra vida se envejece con el paso de los años, pero quizás no sean los años lo que más envejezcan nuestra vida. Nos envejecemos cuando no tenemos ilusión ni esperanza, cuando pensamos que ya nada puede cambiar, cuando nos resistimos a renovarnos. En esta renovación no importa la historia de nuestra vida. No olvidemos que Dios es capaz de escribir recto en los renglones torcidos de nuestra historia.
Los actos y las costumbres se repiten pero la acción de Dios siempre es distinta. Lo que el Señor nos está pidiendo, lo que Él quiere hacer en nosotros es diferente. Por eso la Cuaresma puedes ser una oportunidad para:
-Encontrarnos con el Señor de una forma más viva, más profunda, más intensa. Con frecuencia nuestra relación con Dios es una relación rutinaria, sostenida por costumbres: rezar, venir a misa, etc. No es una relación de afecto, de necesidad de Dios, de ilusión por Dios. Necesitamos enamorarnos del Señor, progresar en esa relación afectiva.
-Ilusionarnos por vivir el evangelio. El evangelio no acaba de ser la pasión de nuestra vida. Escuchar, leer, meditar, orar el evangelio para ir, poco a poco, haciéndolo vida. Con frecuencia el evangelio no es referente a la hora de actuar, de decidir, etc. Nuestra vida se va alejando del evangelio. Con frecuencia llevamos una doble vida: la de nuestra relación con Dios y la que vivimos cada día lejana al evangelio. La cuaresma nos invita a convertirnos al evangelio. Es la invitación del gesto de la imposición de la ceniza: “Conviértete y cree en el evangelio”. Necesitamos evangelizar nuestra vida. Evangelizar nuestra vida es tratar de vivirla con el estilo de vida de Jesús. Que en nuestra manera de pensar y de actuar refleje el mensaje de Jesús.
-Mejorar nuestras relaciones con los demás. En la vida de cada día las relaciones con los demás se mejoran o se deterioran. Desde la clave de la fe deben responder al precepto de Jesús: amar a los demás, amarle como a nosotros mismos y amarle no de palabra sino con obras.
Necesitamos cambiar nuestro mundo: el de nuestra familia, amigos, vecinos, etc.
El Papa Francisco, en su mensaje de cuaresma nos invita a vivir la Cuaresma como camino de conversión, de oración, y de compartir nuestros bienes, Nos hace una llamada a fortalecer la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.
Una fe que nos lleva a escuchar su palabra y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.
Una esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino.
En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, el tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a Dios, que sigue cuidando de nosotros.
En esta Cuaresma, estemos más atentos a decir palabras de aliento, que reconforten, que fortalezcan, que consuelen, que estimulen, A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia.
Una caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.
La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado, solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.
La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad.
Vivamos con ilusión esta cuaresma, aprovechemos esta oportunidad Dios para avanzar en nuestra vida cristiana y respondamos a la invitación del Papa a vivirla desde la fe, la esperanza y la caridad.
Miguel Ant. Lantigua Barrera