1º.domingo de Adviento.

Para entender la esperanza



Cáritas Española, en la Campaña institucional Construyendo espacios de esperanza,
nos ofrece las razones para entender la esperanza y la utopía que mueve a Cáritas:
Las personas somos seres que esperamos, somos esencialmente proyecto de futuro.
Vivir sin esperanza sería desintegrarse como persona…. El ser humano necesita
una esperanza que vaya más allá; siempre aspiramos a más (cf. Spe salvi, 30).
Desde Cáritas: nosotros, la comunidad cristiana, tenemos la convicción de que
«quien ha sido tocado por el amor de Dios empieza a intuir lo que quiere decir la palabra
esperanza» (Spe salvi, 27). La experiencia de sentirnos amados por Dios nos inunda
de una esperanza desbordante y nos invade de una confianza y de una certeza de saber
que nuestra vida está en buenas manos, que hay un futuro ilusionante sobre nosotros…
Para acceder a esta esperanza es necesario ser personas sencillas y humildes, que
se han desprendido de su ego, de su estar centrados en sus intereses, conscientes de
su fragilidad y su vulnerabilidad…
Esta esperanza que ha nacido fruto de este Amor experimentado, nos hace sentir
salvados y esto no podemos guardárnoslo para nosotros solos. Esta esperanza queremos
que llegue y se contagie a todos (cf. Spe salvi, 3). Nuestra esperanza no es individualista,
sino comunitaria. Jesús y su Reino nos comprometen a favor de los demás,
nos hace sentirnos responsables de los otros, nos lanza a despertar esperanzas
entre la gente sencilla, humilde y pobre.
La esperanza cristiana no es espera pasiva del futuro, ni resignación conformista, ni
tampoco se reduce a un ingenuo optimismo. Nuestra esperanza brota de la confianza
que ponemos en Dios, que nos ayuda a afrontar la realidad con serenidad, sin dejar que
el peso de las dificultades nos aplasten e intentando cambiar lo que se puede cambiar.
Estamos en camino hacia una sociedad en la que habite la justicia y, con nuestras
obras, tratamos de ir anticipándola cada día en nuestro caminar por esta vida.
Esperar es tener capacidad para ver, aun cuando nuestros ojos no vean. Es recuperar
nuestra capacidad de soñar un mundo mejor para todos, es cuestionar las estructuras
y las ideologías humanas, que hacen infelices a las personas, y es colaborar
activamente para que nazca un mundo nuevo y liberado. Esperar es descubrir y acoger
cada día la fuerza de vida de Jesús Resucitado, que hace nuevo este mundo con
la fuerza de su Espíritu Santo.
En esto se funda la esperanza que mueve el actuar de Cáritas, la acción social de
la Iglesia. Detrás de sus múltiples acciones y compromisos visibles, se encuentra la
fuente de esta esperanza, que nutre y dinamiza toda su acción social y caritativa (3).
Bienaventuranzas del Adviento (4)
Felices quienes siguen confiando, a pesar de las muchas circunstancias adversas
de la vida.
Felices quienes tratan de allanar todos los altibajos de la existencia: odios, marginaciones,
discordias, enfrentamientos, injusticias.
Felices quienes descienden de sus cielos particulares para ofrecer esperanza y
anticipar el futuro, con una sonrisa en los labios y con mucha ternura en el corazón.
Felices quienes aguardan, contemplan, escuchan, están pendientes de recibir una
señal y cuando llega el momento decisivo, dicen: sí, quiero, adelante, sea, en marcha…
Felices quienes denuncian y anuncian con su propia vida y no sólo con meras
palabras.
Felices quienes rellenan los baches, abren sendas, abajan las cimas, para que la
existencia sea para todos más humana.
Felices quienes acarician la rosa, acercan la primavera, regalan su amistad y reparten
ilusión a manos llenas con su ejemplo y sus obras.
Felices quienes cantan al levantarse, quienes proclaman que siempre hay un
camino abierto a la esperanza, diciendo: «No tengáis miedo, estad alegres. Dios es
como una madre, como un padre bueno que no castiga nunca, sino que nos acompaña
y nos alienta, pues únicamente desea nuestra alegría y nuestra felicidad».


Haz de mí
Haz de mí, Señor, una persona sensible a todo lo humano.
Haz de mí, Señor, una persona capaz de llegar
a ese secreto donde cada hombre y mujer viven y mueren,
luchan y esperan, buscan y ansían la felicidad.
Haz de mí, Señor, una persona a quien
nada verdaderamente humano le deje indiferente.
Haz de mí, Señor, una persona tan evangélica
y seguidora de Jesús, que se estremezca
ante el dolor y las lágrimas de personas que lloran,
ante la ilusión y la esperanza
de los que sueñan caminos nuevos.
Haz de mí, Señor, una persona que ame al mundo
y los problemas de la humanidad.
¿Cómo anunciar que eres Dios de encarnación,
si me mantengo al margen de los grandes interrogantes de la humanidad de hoy?
¿Cómo anunciar un futuro que no acaba, si sólo sé ver
las huellas de la muerte sin horizonte de resurrección?
Haz de mí, Señor, un experto en humanidad
asumiendo siempre y en todas partes la solicitud por el hombre
que Jesús mismo practicó con su trato con los pobres y necesitados,
con los que buscaban la verdad, con los que eran injustamente tratados,
con los heridos al borde del camino, con los excluidos por la sociedad.
Haz de mí, Señor, una persona de verdad en medio de la mentira;
una persona de libertad en medio de las modernas esclavitudes;
una persona de palabra en medio de quienes roban la palabra.
Haz de mí, Señor, una persona de bondad en medio de los que siembran cizaña;
una persona de humanidad en medio de los que deshumanizan;
una persona de Vida en medio de tanta muerte.
Han de mí, Señor, una persona de Buena Noticia
en medio de la noche del mundo.

CUESTIONARIO PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO
• ¿Con qué actitudes me propongo vivir este Adviento para superar la apatía
y renovar la esperanza?
• En la crisis estructural en la que estamos viviendo, ¿qué razones ves para
la esperanza? Describe los aspectos positivos que detectas en las personas
y en las instituciones en estos momentos.
• Detecta y plantea cuáles son las situaciones o hechos que nos roban la esperanza.
• ¿Cómo ser signos de esperanza en nuestra sociedad para tantas personas
que la han perdido?
(Fuente:extracto del libro ¿Qué has hecho con tu hermano?)
LOS PERSONAJES DEL ADVIENTO
       
  Isaías: figura de espera por la Salvación
  Juan Bautista: figura de preparación
  María: Virgen de la esperanza y Madre del Salvador


1.-LA FIGURA DE LA ESPERA: ISAÍAS




La elección de las lecturas de Adviento nos ha puesto en frecuente contacto con Isaías.
Conviene reflexionar un poco sobre su personalidad. Los textos evangélicos no dicen nada de la personalidad del profeta Isaías, pero le citan. Incluso podemos decir que, a menudo, se le adivina presente en el pensamiento y hasta en las palabras de Cristo. Es el profeta por excelencia del tiempo de la espera; está asombrosamente cercano, es de los nuestros, de hoy. Lo está por su deseo de liberación, su deseo de lo absoluto de Dios; lo es en la lógica bravura de toda su vida que es lucha y combate; lo es hasta en su arte literario, en el que nuestro siglo vuelve a encontrar su gusto por la imagen desnuda pero fuerte hasta la crudeza. Es uno de esos violentos a los que les es prometido por Cristo el Reino.
Todo debe ceder ante este visionario, emocionado por el esplendor futuro del Reino de Dios que se inaugura con la venida de un Príncipe de paz y justicia. Encontramos en Isaías ese poder tranquilo e inquebrantable del que está poseído por el Espíritu que anuncia, sin otra alternativa y como pesándole lo que le dicta el Señor.
El profeta apenas es conocido por otra cosa que sus obras, pero éstas son tan características que a través de ellas podemos adivinar y amar su persona. Sorprendente proximidad de esta gran figura del siglo VIII antes de Cristo, que sentimos en medio de nosotros, cotidianamente, dominándonos desde su altura espiritual.
Isaías vivió en una época de esplendor y prosperidad. Rara vez los reinos de Judá y Samaría habían conocido tal optimismo y su posición política les permite ambiciosos sueños. Su religiosidad atribuye a Dios su fortuna política y su religión espera de él nuevos éxitos. En medio de este frágil paraíso, Isaías va a erguirse valerosamente y a cumplir con su misión: mostrar a su pueblo la ruina que le espera por su negligencia. Perteneciente sin duda a la aristocracia de Jerusalén, alimentado por la literatura de sus predecesores, sobre todo Amós y Oseas, Isaías prevé como ellos, inspirado por su Dios, lo que será la historia de su país. Superando la situación presente en la que se entremezclan cobardías y compromisos, ve el castigo futuro que enderezará los caminos tortuosos. Lodts escribe de los profetas: "Creyendo quizá reclamar una vuelta atrás, exigían un salto hacia adelante. Estos reaccionarios eran, al mismo tiempo, revolucionarios". Así las cosas, Isaías fue arrebatado por el Señor "el año de la muerte del rey Ozías", hacia el año 740, cuando estaba en el templo, con los labios purificados por una brasa traída por un serafín (Is 6, 113). A partir de este momento, Isaías ya no se pertenece. No porque sea un simple instrumento pasivo en las manos de Yahvé; al contrario, todo su dinamismo va a ponerse al servicio de su Dios, convirtiéndose en su mensajero. Mensajero terrible que anuncia el despojo de Israel al que sólo le quedará un pequeño soplo de vida.Los comienzos de la obra de Isaías, que originarán la leyenda del buey y del asno del pesebre, marcan su pensamiento y su papel. Yahvé lo es todo para Israel, pero Israel, más estúpido que el buey que conoce a su dueño, ignora a su Dios (Is 1, 2-3).

La Doncella va a dar a Luz

Pero Isaías no se aislará en el papel de predicador moralizante. Y así se convierte para siempre en el gran anunciador de la Parusía, de la venida de Yahvé. Así como Amós se había levantado contra la sed de dominación que avivaba la brillante situación de Judá y Samaría en el siglo VIII, Isaías predice los cataclismos que se desencadenarán en el día de Yahvé (Is 2, 1-17). Ese día será para Israel el día del juicio.
Para Isaías, como más tarde para San Pablo y San Juan, la venida del Señor lleva consigo el triunfo de la justicia. Por otra parte, los capítulos 7 al 11 nos van a describir al Príncipe que gobernará en la paz y la justicia (ls 7, 10-17).
Es fundamental familiarizarse con el doble sentido de este texto. A aquel que no entre en la realidad ambivalente que comunica, le será totalmente imposible comprender la Escritura, incluso ciertos pasajes del Evangelio, y vivir plenamente la liturgia.
En efecto, en el evangelio del primer domingo de Adviento sobre el fin del mundo y la Parusía, los dos significados del Adviento dejan constancia de ese fenómeno propiamente bíblico en el que una doble realidad se significa por un mismo y único acontecimiento. El reino de Judá va a pasar por la devastación y la ruina.
El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará a un reino dividido por el cisma de diez tribus. El anuncio de este nacimiento promete, pues, a los contemporáneos de Isaías y a los oyentes de su oráculo, la supervivencia del reino, a pesar del cisma y la devastación. Príncipe y profeta, ese niño salvará por sí mismo a su país.
La Edad de Oro
Pero, por otra parte, la presentación literaria del oráculo y el modo de insistir Isaías en el carácter liberador de este niño, cuyo nacimiento y juventud son dramáticos, hacen presentir que el profeta ve en este niño la salvación del mundo. Isaías subraya en sus ulteriores profecías los rasgos característicos del Mesías. Aquí se contenta con apuntarlos y se reserva para más tarde el tratarlos uno a uno y modelarlos. El profeta describe así a este rey justo: (Is. 11, 1-9).

Ezequías va a subir al trono y este poema se escribe para él. Pero, ¿cómo un hombre frágil puede reunir en sí tan eminentes cualidades? ¿No vislumbra Isaías al Mesías a través de Ezequías? La Iglesia lo entiende así y hace leer este pasaje, sobre la llegada del justo, en los maitines del segundo domingo de Adviento. En el capítulo segundo de su obra, hemos visto a Isaias anunciando una Parusía que a la vez será un juicio. En el capitulo 13, describe la caída de Babilonia tomada por Ciro. Y de nuevo, se nos invita a superar este acontecimiento histórico para ver la venida de Yahvé en su "día". La descripción de los cataclismos que se producirán la tomará Joel y la volveremos a encontrar en el Apocalipsis (Is 13, 9-ll).
Esta venida de Yahvé aplastará a aquel que haya querido igualarse a Dios. El Apocalipsis de Juan tomará parecidas imágenes para describir la derrota del diablo (cap. 14).

En los maitines del 4.° domingo de Adviento, volvemos a encontrarle en el momento que describe el advenimiento de Yahvé: "La tierra abrasada se trocará en estanque, y el país árido en manantial de aguas" (35, 7). Se reconoce el tema de la maldición de la creación en el Génesis. Pero vuelve Yahvé que va a reconstruir el mundo. Al mismo tiempo, Isaías profetiza la acción curativa de Jesús que anuncia el Reino: "Los ciegos ven, los cojos andan", signo que Juan Bautista toma de este poema de Isaías (35, 5-6).
Podríamos sintetizar toda la obra del profeta reduciéndola a dos objetivos:
·         El primero, llegar a la situación presente, histórica, y remediarla luchando.
·         El segundo, describir un futuro mesiánico más lejano, una restauración del mundo.
Así vemos a Isaías como un enviado de su Dios al que ha visto cara a cara. El profeta no cesa de hablar de él en cada línea de su obra. Y, sin embargo, en sus descripciones se distingue por mostrar cómo Yahvé es el Santo y, por lo tanto, el impenetrable, el separado, Aquel que no se deja conocer. O, más bien, se le conoce por sus obras que, ante todo, es la justicia. Para restablecerla, Yahvé interviene continuamente en la marcha del mundo.


2.-LA FIGURA DE LA PREPARACIÓN: JUAN BAUTISTA

Isaías está presente en Juan Bautista, como Juan Bautista está presente en aquél al que ha preparado el camino y que dirá de él: "No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista".
San Lucas nos cuenta con detalle el anuncio del nacimiento de Juan (Lc 1, 5-25).

Esta extraña entrada en escena de un ser que se convertirá en uno de los más importantes jalones de la realización de los planes divinos es muy del estilo del Antiguo Testamento. Todos los seres vivos debían ser destruidos por el diluvio, pero Noé v los suyos fueron salvados en el arca. Isaac nace de Sara, demasiado anciana para dar a luz. David, joven y sin técnica de combate, derriba a Goliat.

Moisés, futuro guía del pueblo de Israel, es encontrado en una cesta (designada en hebreo con la misma palabra que el arca) y salvado de la muerte. De esta manera, Dios quiere subrayar que Él mismo toma la iniciativa de la salvación de su pueblo.

El anuncio del nacimiento de Juan es solemne. Se realiza en el marco litúrgico del templo.
Desde la designación del nombre del niño, "Juan", que significa "Yahvé es favorable", todo es concreta preparación divina del instrumento que el Señor ha elegido.
Su llegada no pasará desapercibida y muchos se gozarán en su nacimiento (Lc 1, 14); se abstendrá de vino y bebidas embriagantes, será un niño consagrado y, como lo prescribe el libro de los Números (6, 1), no beberá vino ni licor fermentado. Juan es ya signo de su vocación de asceta. El Espíritu habita en él desde el seno de su madre. A su vocación de asceta se une la de guía de su pueblo (Lc 1, 17).
Precederá al Mesías, papel que Malaquías (3, 23) atribuía a Elías. Su circuncisión, hecho característico, muestra también la elección divina: nadie en su parentela lleva el nombre de Juan (Lc 1, 61), pero el Señor quiere que se le llame así cambiando las costumbres. El Señor es quien le ha elegido, es él quien dirige todo y guía a su pueblo.

Benedictus Deus Israelei

El nacimiento de Juan es motivo de un admirable poema que, a la vez, es acción de gracias y descripción del futuro papel del niño. Este poema lo canta la Iglesia cada día al final de los Laudes reavivando su acción de gracias por la salvación que Dios le ha dado y en reconocimiento porque Juan sigue mostrándole "el camino de la paz".

Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. El Señor le visita, le libra, realiza la alianza que había prometido.
El papel del precursor es muy preciso: prepara los caminos del Señor (Is 40, 3), da a su pueblo el "conocimiento de la salvación.Todo el afán especulativo y contemplativo de Israel es conocer la salvación, las maravillas del designio de Dios sobre su pueblo. El conocimiento de esa salvación provoca en él la acción de gracias, la bendición, la proclamación de los beneficios de Dios que se expresa por el "Bendito sea el Señor, Dios de Israel".

Esta es la forma tradicional de oración de acción de gracias que admira los designios de Dios. Con estos mismos términos el servidor de Abrahán bendice a Yahvé (Gn 24, 26). Así también se expresa Jetró, suegro de Moisés, reaccionando ante el relato admirable de lo que Yahvé había hecho para librar a Israel de los egipcios (Ex 18, 10). La salvación es la remisión de los pecados, obra de la misericordiosa ternura de nuestro Dios (Lc 1, 77-78).
Juan deberá, pues, anunciar un bautismo en el Espíritu para remisión de los pecados. Pero este bautismo no tendrá sólo este efecto negativo. Será iluminación. La misericordiosa ternura de Dios enviará al Mesías que, según dos pasajes de Isaías (9, 1 y 42, 7), recogidos por Cristo (Jn 8, 12), "iluminará a los que se hallan sentados en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79).El papel de Juan, "allanar el camino del Señor". El lo sabe y se designa a sí mismo, refiriéndose a Isaías (40, 3), como la voz que clama en el desierto: "Allanad el camino del Señor". Más positivamente todavía, deberá mostrar a aquel que está en medio de los hombres, pero que éstos no le conocen (Jn 1, 26) y a quien llama, cuando le ve venir: "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29).Juan corresponde y quiere corresponder a lo que se ha dicho y previsto sobre él. Debe dar testimonio de la presencia del Mesías. El modo de llamarle indica ya lo que el Mesías representa para él: es el "Cordero de Dios".
El Levítico, en el capítulo 14, describe la inmolación del cordero en expiación por la impureza legal. Al leer este pasaje, Juan el evangelista piensa en el servidor de Yahvé, descrito por Isaías en el capítulo 53, que lleva sobre sí los pecados de Israel. Juan Bautista, al mostrar a Cristo a sus discípulos, le ve como la verdadera Pascua que supera la del Éxodo (12, 1) y de la que el universo obtendrá la salvación.Toda la grandeza de Juan Bautista le viene de su humildad y ocultamiento: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30).

Todos verán la salvación de Dios

El sentido exacto de su papel, su voluntad de ocultamiento, han hecho del Bautista una figura siempre actual a través de los siglos. No se puede hablar de él sin hablar de Cristo, pero la Iglesia no recuerda nunca la venida de Cristo sin recordar al Precursor. No sólo el Precursor está unido a la venida de Cristo, sino también a su obra, que anuncia: la redención del mundo y su reconstrucción hasta la Parusía. Cada año la Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y de su actitud frente a su mensaje. De este modo, Juan esta siempre presente durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo debe permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de nosotros en ella, tiene como misión preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia. Pero recibirla exige la conversión. Entrar en contacto con Cristo supone el desprendimiento de uno mismo. Sin esta ascesis, Cristo puede estar en medio de nosotros sin ser reconocido (Jn l, 26).

Como Juan, la Iglesia y sus fieles tienen el deber de no hacer pantalla a la luz, sino de dar testimonio de ella (Jn 1, 7). La esposa, la Iglesia, debe ceder el puesto al Esposo. Ella es testimonio y debe ocultarse ante aquel a quien testimonia. Papel difícil el estar presente ante el mundo, firmemente presente hasta el martirio. como Juan, sin impulsar una "institución" en vez de impulsar la persona de Cristo. Papel misionero siempre difícil el de anunciar la Buena Noticia y no una raza, una civilización, una cultura o un país: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30). Anunciar la Buena Noticia y no una determinada espiritualidad, una determinada orden religiosa, una determinada acción católica especializada; como Juan, mostrar a sus propios discípulos donde está para ellos el "Cordero de Dios" y no acapararlos como si fuéramos nosotros la luz que les va a iluminar. Esta debe ser una lección siempre presente y necesaria, así como también la de la ascesis del desierto y la del recogimiento en el amor para dar mejor testimonio.

La elocuencia del silencio en el desierto es fundamental a todo verdadero y eficaz anuncio de la Buena Noticia. Orígenes escribe en su comentario sobre San Lucas (Lc 4): En cuanto a mí, pienso que el misterio de Juan, todavía hoy, se realiza en el mundo". La Iglesia, en realidad, continúa el papel del Precursor; nos muestra a Cristo, nos encamina hacia la venida del Señor. Durante el Adviento, la gran figura del Bautista se nos presenta viva para nosotros, hombres del siglo XX, en camino hacia el día de Cristo. El mismo Cristo, tomando el texto de Malaquías (3,1), nos habla de Juan como "mensajero" (4); Juan se designa a sí mismo como tal. San Lucas describe a Juan como un predicador que llama a la conversión absoluta y exige la renovación: "Que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece, y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntos". Así se expresaba Isaías (40, 5-6) en un poema tomado por Lucas para mostrar la obra de Juan. Se trata de una renovación, de un cambio, de una conversión que reside, sobre todo, en un esfuerzo para volver a la caridad, al amor a los otros (Lc 3, 10-14).
Lucas resume en una frase toda la actividad de Juan:
"Anunciaba al pueblo la Buena Noticia" (Lc 3, 18).

Preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia, es el papel de Juan y el que nos exhorta a que nosotros desempeñemos.
Hoy, este papel no es más sencillo que en los tiempos de Juan y nos incumbe a cada uno de nosotros.

El martirio de Juan tuvo su origen en la franca honestidad con que denunció el pecado.
Juan Bautista anunció al Cordero de Dios. Fue el primero que llamó así a Cristo.
Citemos aquí el bello Prefacio introducido en nuestra liturgia para la fiesta del martirio de San Juan Bautista, que resume admirablemente su vida y su papel:
"Porque él saltó de alegría en el vientre de su madre, al llegar el Salvador de los hombres, y su nacimiento fue motivo de gozo para muchos. El fue escogido entre todos los profetas para mostrar a las gentes al Cordero que quita el pecado del mundo. El bautizó en el Jordán al autor del bautismo, y el agua viva tiene desde entonces poder de salvación para los hombres. Y él dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo".
3. LA FIGURA DE LA ESPERANZA : VIRGEN MARÍA

La primera venida del Señor se realizó gracias a ella. Y, por ello, todas las generaciones le llamamos Bienaventurada. Hoy, que preparamos, cada año, una nueva venida, los ojos de la Iglesia se vuelven a ella, para aprender, con estremecimiento y humildad agradecida, cómo se espera y cómo se prepara la venida del Emmanuel: del Dios con nosotros. Más aún, para aprender también cómo se da al mundo el Salvador.
Sobre el papel de la Virgen María en la venida del Señor, la liturgia del Adviento ofrece dos síntesis, en los prefacios II y IV de este tiempo:
"...Cristo Señor nuestro, a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al Misterio de su Nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza".
"Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el Misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno de la Hija de Sión ha germinado aquél que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva. Así, donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo nuestro Salvador. Por eso nosotros, mientras esperamos la venida de Cristo, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria..."
La Virgen Inmaculada fue y sigue siendo el personaje de los personajes del Adviento: de la venida del Señor. Por eso, cada día, durante el Adviento, se evoca, se agradece, se canta, se glorifica y enaltece a aquella que fue la que accedió libremente a ser la madre de nuestro Salvador "el Mesías, el Señor" (Lc 2,11).
Entresaco tres textos de los tantos que uno se encuentra en honor de la Bienaventurada Madre de Dios, en todo este Misterio preparado y realizado. Son de la solemnidad de santa María Madre de Dios:
"¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad" (antífona de las primeras Vísperas).
"La Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya" (antífona de Laudes).
"Por el gran amor que Dios nos tiene, nos ha mandado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado: nacido de una mujer, nacido bajo la ley. Aleluya" (antífona del Magníficat primeras Vísperas).
A partir de la segunda parte del Adviento, la preponderancia de la Madre Inmaculada es tan grande, que ella aparece como el centro del Misterio preparado e iniciado. Así las lecturas evangélicas del IV Domingo, en los tres ciclos, están dedicadas a María. Y en las misas propias de los días 17 al 24, correspondientes a las antífonas de la O, todo gira alrededor de ella. Y con razón.
"Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de María Virgen" (Tercia) - "El ángel Gabriel saludó a María, diciendo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres" (Sexta) - "María dijo: ¿Qué significa este saludo? Me quedo perpleja ante estas palabras de que daré a luz un Rey sin perder mi virginidad" (Nona).
En las vísperas del primer domingo de Adviento, la antífona del Magnificat está tomada del evangelio de la anunciación: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo".
El lunes de esta primera semana, en las vísperas, la antífona del Magnificat será: "El ángel del Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu Santo".
En las vísperas del jueves se canta: "Bendita tú entre las mujeres". En las vísperas del segundo domingo de Adviento: "Dichosa tú, María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá". En los laudes del miércoles hay una lectura tomada del capítulo 7 de Isaías: "Mirad: la Virgen ha concebido y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel...". El responsorio del viernes después de la segunda lectura del oficio, está tomado del evangelio de la anunciación en Lc 1, 26, etc... Y podríamos continuar con una larga enumeración.

Esta enumeración interesa porque muestra cómo la presencia de la Virgen es constante en los Oficios de Adviento, así como en el recuerdo de la primera venida de su Hijo y en la tensión de su vuelta al final de los tiempos.

Aunque Navidad es para María la fiesta más señalada de su maternidad, el Adviento, que  prepara esta fiesta, es para ella un tiempo de elección y de particular preparación. (Colaboración de Jose A. Guerra Sánchez)
LA CORONA DE ADVIENTO.




Origen: La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos: 

La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.

Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.

Las cuatro velas: Nos hace pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo.
Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.
Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.

El listón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

Los domingos de adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación. La corona se puede llevar al templo para ser bendecida por el sacerdote.

Sugerencias
a) Es preferible elaborar en familia la corona de Adviento aprovechando este momento para motivar a los niños platicándoles acerca de esta costumbre y su significado.
b) La corona deberá ser colocada en un sitio especial dentro del hogar, de preferencia en un lugar fijo donde la puedan ver los niños de manera que ellos recuerden constantemente la venida de Jesús y la importancia de prepararse para ese momento. c) Es conveniente fijar con anticipación el horario en el que se prenderán las velas. Toda esta planeación hará que las cosas salgan mejor y que los niños vean y comprendan que es algo importante. Así como con anticipación preparamos la visita de un invitado importante, estamos haciendo esto con el invitado más importante que podemos tener en nuestra familia.
d) Es conveniente también distribuir las funciones entre los miembros de la familia de modo que todos participen y se sientan involucrados en la ceremonia.
Por ejemplo:
un encargado de tener arreglado y limpio el lugar donde irá la corona antes de comenzar con esta tradición navideña.
un encargado de apagar las luces al inicio y encenderlas al final.
un encargado de dirigir el canto o de poner la grabadora con algún villancico.
un encargado de dirigir las oraciones para ponerse en presencia de Dios.
un encargado de leer las lecturas.
un encargado de encender las velas.



Bendición de la Corona de Adviento
En algunas parroquias o colegios se organiza la bendición de las coronas de Adviento.
Si no se pudo asistir a estas celebraciones, la puede llevar a cabo el papá o la mamá con la siguiente oración:

Señor Dios
bendice con tu poder nuestra Corona de Adviento para que, al encenderla,
despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de Cristo
practicando las buenas obras, y para que así,
cuando Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Todos: Amén.
(Colaboración de Jose A. Guerra Sánchez.)  

El Adviento

Reflexión  San Juan Pablo II, 1978
En espera del Señor
1. Si bien el tiempo litúrgico de Adviento no comienza hasta el domingo próximo, deseo empezar a hablaros hoy de este ciclo.
Estamos ya habituados al término «adviento»; sabemos qué significa; pero precisamente por el hecho de estar tan familiarizados con él, quizá no llegamos a captar toda la riqueza que encierra dicho concepto.
Adviento quiere decir «venida».
Por lo tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién es el que viene?, y ¿para quién viene?
En seguida encontramos la respuesta a esta pregunta. Hasta los niños saben que es Jesús quien viene para ellos y para todos los hombres. Viene una noche en Belén, nace en una gruta que se utilizaba como establo para el ganado.
Esto lo saben los niños, lo saben también los adultos que participan de la alegría de los niños y parece que se hacen niños ellos también la noche de Navidad. Sin embargo, muchos son los interrogantes que se plantean. El hombre tiene el derecho, e incluso el deber, de preguntar para saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad, aunque participen de su alegría.
Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo.
Dios y el hombre
2. La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos perder nunca de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este vínculo íntimo, hasta el punto de que una realidad parece explicar la otra, es la nota característica del cristianismo. La primera realidad se llama «Dios», y la segunda, «el hombre». El cristianismo brota de una relación particular recíproca entre Dios y el hombre. En los últimos tiempos —en especial durante el concilio Vaticano II— se discutía mucho sobre si dicha relación es teocéntrica o antropocéntrica. Si seguimos considerando por separado los dos términos de la cuestión, jamás se obtendrá una respuesta satisfactoria a esta pregunta. En efecto, el cristianismo es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo singular.
Pero es cabalmente el misterio de la Encarnación el que explica por sí mismo esta relación.
Y justamente por esto el cristianismo no es sólo una «religión de adviento», sino el Adviento mismo. El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta realidad palpita y late constantemente. Esta es sencillamente la vida misma del cristianismo. Se trata de una realidad profunda y sencilla a un tiempo, que resulta cercana a la comprensión y a la sensibilidad de todos los hombres y sobre todo de quien sabe hacerse niño con ocasión de la noche de Navidad. No en vano dijo Jesús una vez: «Si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt18, 3).
El ateísmo
3. Para comprender hasta el fondo esta doble realidad de la que cada día late y palpita el cristianismo, hay que remontarse hasta los comienzos mismos de la Revelación o, mejor, hasta los comienzos casi del pensamiento humano.
En los comienzos del pensar humano pueden darse concepciones diferentes; el pensar de cada individuo tiene la propia historia en su vida, ya desde la infancia. Sin embargo, hablando del «comienzo» no nos proponemos tratar propiamente de la historia del pensamiento. En cambio, queremos dejar constancia de que en las bases mismas del pensar, es decir, en sus fuentes, se encuentran el concepto de «Dios» y el concepto de «hombre». A veces están recubiertos por un estrato de otros muchos conceptos distintos (sobre todo en la actual civilización, de «cosificación materialista» e incluso «tecnocrática»); pero ello no significa que aquellos conceptos no existan o no estén en la base de nuestro pensar. Incluso el sistema ateo más elaborado sólo tiene un sentido en el caso de que se presuponga que conoce el significado de la idea de «Theos», es decir, Dios. A este propósito, la constitución pastoral del Vaticano II nos enseña justamente que muchas formas de ateísmo se derivan de que falta una relación adecuada con este concepto de Dios. Por ello, dichas formas son, o al menos pueden serlo, negaciones de algo o, más bien, de Algún otro que no corresponde al Dios verdadero.
En los comienzos de la Revelación
4. El Adviento —en cuanto tiempo litúrgico del año eclesial— nos remonta a los comienzos de la Revelación. Y precisamente en los comienzos nos encontramos en seguida con la vinculación fundamental de estas dos realidades: Dios y el hombre.
Tomando el primer libro de la Sagrada Escritura, esto es el Génesis, se comienza leyendo estas palabras: Beresit bara: «Al principio creó... » . Sigue luego el nombre de Dios, que en este texto bíblico suena «Elohim». A1 principio creó, y el que creó es Dios. Estas tres palabras constituyen como el umbral de la Revelación. A1 principio del libro del Génesis se define a Dios no sólo con el nombre de «Elohim»; otros pasajes de este libro utilizan también el nombre de «Yavé». Habla de Él aún más claramente el verbo «creó». En efecto, este verbo revela a Dios, quién es Dios. Expresa su sustancia, no tanto en sí misma cuanto en relación con el mundo, o sea con el conjunto de las criaturas sujetas a las leyes del tiempo y del espacio. El complemento circunstancial «al principio» señala a Dios como Aquel que es antes de este principio, Aquel que no está limitado ni por el tiempo ni por el espacio, y que «crea», es decir, que «da comienzo» a todo lo que no es.
Dios, lo que constituye el mundo visible e invisible (según el Génesis: el cielo y la tierra). En este contexto, el verbo «creó» dice acerca de Dios, en primer lugar, que Él mismo existe, que es, que É1 es la plenitud del ser, que tal plenitud se manifiesta como Omnipotencia, y que esta Omnipotencia es a un tiempo Sabiduría y Amor. Esto es lo que nos dice de Dios la primera frase de la Sagrada Escritura. De este modo se forma en nuestro entendimiento el concepto de «Dios», si nos queremos referir a los comienzos de la Revelación.
Sería significativo examinar la relación en que está el concepto de «Dios», tal como lo encontramos en los comienzos de la Revelación, con el que encontramos en la base del pensar humano (incluso en el caso de la negación de Dios, es decir, del ateísmo). Pero hoy no nos proponemos desarrollar este tema.
Las bases del cristianismo
5. En cambio, sí queremos hacer constar que en los comienzos de la Revelación —en el mismo libro del Génesis—, y ya en el primer capítulo, encontramos la verdad fundamental acerca del hombre, que Dios (Elohim) crea a su «imagen y semejanza». Leemos en él: «Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza» (Gén 1, 26), y a continuación: «Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra» (Gén 1, 27).
Sobre el problema del hombre volveremos el miércoles próximo. Pero hoy debemos señalar esta relación particular entre Dios y su imagen, es decir, el hombre.
Esta relación nos ilumina las bases mismas del cristianismo.
Nos permite además dar una respuesta fundamental a dos preguntas: primera, ¿qué significa «el Adviento»?; y segunda, ¿por qué precisamente «el Adviento» forma parte de la sustancia misma del cristianismo?
Estas preguntas las dejo a vuestra reflexión. Volveremos sobre ellas en nuestras meditaciones futuras y más de una vez. La realidad del Adviento está llena de la más profunda verdad sobre Dios y sobre el hombre.

Catequesis del Papa Juan Pablo II29 de noviembre de 1978
ESQUEMA DEL ADVIENTO .






Inicia con las vísperas del domingo más cercano al 30 de Noviembre y termina antes de las vísperas de la Navidad. Los domingos de este tiempo se llaman 1°, 2°, 3° y 4° de Adviento. Los días del 16 al 24 de diciembre (la Novena de Navidad) tienden a preparar más específicamente las fiestas de la Navidad.
El tiempo de Adviento tiene una duración de cuatro semanas. Este año, comienza el domingo 30 de Noviembre, y se prolonga hasta la tarde del 24 de diciembre, en que comienza propiamente el tiempo de Navidad. Podemos distinguir dos periodos. En el primero de ellos, que se extiende desde el primer domingo de Adviento hasta el 16 de diciembre, aparece con mayor relieve el aspecto escatológico y se nos orienta hacia la espera de la venida gloriosa de Cristo. Las lecturas de la misa invitan a vivir la esperanza en la venida del Señor en todos sus aspectos: su venida al final de los tiempos, su venida ahora, cada día, y su venida hace dos mil años.
En el segundo periodo, que abarca desde el 17 hasta el 24 de diciembre inclusive, se orienta más directamente a la preparación de la Navidad. Su nos invita a vivir con más alegría, porque estamos cerca del cumplimiento de lo que Dios había prometido. Los evangelios de estos días nos preparan ya directamente para el nacimiento de Jesús.
En orden a hacer sensible esta doble preparación de espera, la liturgia suprime durante el Adviento una serie de elementos festivos. De esta forma, en la misa ya no rezamos el Gloria, se reduce la música con instrumentos, los adornos festivos, las vestiduras son de color morado, el decorado de la Iglesia es más sobrio, etc. Todo esto es una manera de expresar tangiblemente que, mientras dura nuestro peregrinar, nos falta algo para que nuestro gozo sea completo. Y es que quien espera es porque le falta algo. Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá llegado la Iglesia a su fiesta completa, significada por solemnidad de la fiesta de la Navidad.
Tenemos cuatro semanas en las que Domingo a Domingo nos vamos preparando para la venida del Señor. La primera de las semanas de adviento está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos. La liturgia nos invita a estar en vela, manteniendo una especial actitud de conversión. La segunda semana nos invita, por medio del Bautista a «preparar los caminos del Señor»; esto es, a mantener una actitud de permanente conversión. Jesús sigue llamándonos, pues la conversión es un camino que se recorre durante toda la vida. La tercera semana preanuncia ya la alegría mesiánica, pues ya está cada vez más cerca el día de la venida del Señor. Finalmente, la cuarta semana ya nos habla del advenimiento del Hijo de Dios al mundo. María es figura, central, y su espera es modelo estímulo de nuestra espera.
En cuanto a las lecturas de las misas dominicales, las primeras lecturas son tomadas de Isaías y de los demás profetas que anuncian la Reconciliación de Dios y, la venida del Mesías. En los tres primeros domingos se recogen las grandes esperanzas de Israel y en el cuarto, las promesas más directas del nacimiento de Dios. Los salmos responsoriales cantan la salvación de Dios que viene; son plegarias pidiendo su venida y su gracia. Las segundas lecturas son textos de San Pablo o las demás cartas apostólicas, que exhortan a vivir en espera de la venida del Señor.
El color de los ornamentos del altar y la vestidura del sacerdote es el morado, igual que en Cuaresma, que simboliza austeridad y penitencia. Son cuatro los temas que se presentan durante el Adviento:

I Domingo
La vigilancia en espera de la venida del Señor. Durante esta primer semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del Evangelio: "Velen y estén preparados, que no saben cuándo llegará el momento". Es importante que, como familia nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el camino hacia la Navidad; ¿qué te parece si nos proponemos revisar nuestras relaciones familiares? Como resultado deberemos buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor familiar. Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los demás grupos de personas con los que nos relacionamos diariamente, como la escuela, el trabajo, los vecinos, etc. Esta semana, en familia al igual que en cada comunidad parroquial, encenderemos la primer vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.

II Domingo
La conversión, nota predominante de la predicación de Juan Bautista. Durante la segunda semana, la liturgia nos invita a reflexionar con la exhortación del profeta Juan Bautista: "Preparen el camino, Jesús llega" y, ¿qué mejor manera de prepararlo que buscando ahora la reconciliación con Dios? En la semana anterior nos reconciliamos con las personas que nos rodean; como siguiente paso, la Iglesia nos invita a acudir al Sacramento de la Reconciliación (Confesión) que nos devuelve la amistad con Dios que habíamos perdido por el pecado. Encenderemos la segunda vela morada de la Corona de Adviento, como signo del proceso de conversión que estamos viviendo.
Durante esta semana puedes buscar en los diferentes templos que tienes cerca, los horarios de confesiones disponibles, para que cuando llegue la Navidad, estés bien preparado interiormente, uniéndote a Jesús y a los hermanos en la Eucaristía.  

III Domingo
El testimonio, que María, la Madre del Señor, vive, sirviendo y ayudando al prójimo. Coincide este domingo con la celebración de la Virgen de Guadalupe, y precisamente la liturgia de Adviento nos invita a recordar la figura de María, que se prepara para ser la Madre de Jesús y que además está dispuesta a ayudar y servir a quien la necesita. El evangelio nos relata la visita de la Virgen a su prima Isabel y nos invita a repetir como ella: "Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?.
Sabemos que María está siempre acompañando a sus hijos en la Iglesia, por lo que nos disponemos a vivir esta tercer semana de Adviento, meditando acerca del papel que la Virgen María desempeñó. Te proponemos que fomentes la devoción a María, rezando el Rosario en familia, uno de los elementos de las tradicionales posadas, que inician el próximo día 16. Encendemos como signo de espera gozosa, la tercer vela, color rosa, de la Corona de Adviento.

IV Domingo

El anuncio del nacimiento de Jesús hecho a José y a María. Las lecturas bíblicas y la predicación, dirigen su mirada a la disposición de la Virgen María, ante el anuncio del nacimiento de su Hijo y nos invitan a "Aprender de María y aceptar a Cristo que es la Luz del Mundo". Como ya está tan próxima la Navidad, nos hemos reconciliado con Dios y con nuestros hermanos; ahora nos queda solamente esperar la gran fiesta. Como familia debemos vivir la armonía, la fraternidad y la alegría que esta cercana celebración representa. Todos los preparativos para la fiesta debieran vivirse en este ambiente, con el firme propósito de aceptar a Jesús en los corazones, las familias y las comunidades. Encendemos la cuarta vela color morada, de la Corona de Adviento.
(Fuente:  Colaboración de Jose A. Guerra Sánchez.)
LA CULTURA DEL ENCUENTRO. La ternura de Jesús hombre
LA CULTURA DEL ENCUENTRO. La ternura de Jesús hombre

La cultura se construye con base en comunicaciones repetidas, así la comunicación es constitutiva de la cotidianidad, y se convierte en comportamiento dinámico que tiene su propia lógica de crecimiento.


La cultura del encuentro que propone el Papa Francisco tiene su fundamento en la comunicación cercana, en el sentir con el otro, en salir de sí mismo para darse a los más necesitados, por eso habla de las periferias existenciales, de los excluidos de los beneficios de la sociedad.

Una fuente importante como referente para esta comprensión y profundización es el análisis de los encuentros de Jesús en el Evangelio. Hay encuentros referenciados por tres o cuatro evangelistas, mientras hay otros en el relato de uno o dos solamente.

Si analizamos solo veinte de estos encuentros, algunos inesperados, otros ocasionales, intencionados o resultado de la fe del o de los interlocutores, podremos encontrar unas constantes en el comportamiento de la ternura de Jesús.

Veamos en primer lugar, los encuentro inesperados como el de Zaqueo y la Samaritana, por ejemplo. (Lc. 19, 1 – 10). Lucas relata el encuentro con Zaqueo, quien quería conocer a Jesús, pero había mucha gente y además era pequeño de estatura.

Están en Jericó y Zaqueo facilita el encuentro subiendo a un árbol, pero Jesús se enternece al verlo subido en el árbol y no solo le dice que baje para saludarlo, sino que dice que se hospedará en su casa. Es un premio que Zaqueo no esperaba, se contentaba con verlo pasar de cerca.

Nos preguntamos: ¿vencemos los obstáculos que nos impiden los encuentros con Jesús? Porque la fe es esencialmente un encuentro personal con él. Nos dice el evangelista que Zaqueo bajó a prisa y con gusto recibió a Jesús.

Se trata de un encuentro que convierte a Zaqueo; la ternura de Jesús es más fuerte que las secuelas de la vida pasada de Zaqueo. Un encuentro transformador, de modo que Zaqueo ve la necesidad de compartir con los pobres y devolver lo adquirido sin honestidad.

El evangelista Juan narra ese encuentro inesperado entre Jesús y la samaritana (Jn, 4, 1-29). Era medio día, Jesús cansado del camino se sienta junto al pozo de donde sacaban agua los pobladores de Samaria. Él inicia el diálogo, pidiendo un poco de agua para su sed. Recibe una respuesta discriminiatoria, hay barreras entre judíos y samaritanos. Pero esto no impide que Jesús continúe su conversación y lleve pedagógicamente a la mujer a la comprensión de que estaba hablando con el mesías prometido. Ella se convierte en divulgadora de la presencia de Jesús y el pueblo de Samaria le rogó que se quedara con ellos, y se quedó dos días. ¡Qué fecundo fue este encuentro! Pasó de una respuesta discriminatoria y de rechazo, a una conversión de todo un pueblo. ¿Qué actitud adoptamos cuando sentimos rechazo?¿Procuramos la fecundidad de nuestros encuentros con extraños y desconocidos?

De otra parte, si analizamos dos encuentros intencionados por parte de Jairo, jefe de los judíos, quien solicita la vida para su hija y la mujer que padece flujo de sangre, ambos están animados por la fe en Jesús, piensan que pueden ser sanados.

La ternura de Jesús, cumple el efecto deseado: La hija de Jairo vuelve a la vida y la mujer es curada, (MT. 9, 18 – 22).

Este episodio es relatado también por los evangelistas Marcos y Lucas. La mujer no aspiraba a hablar con Jesús, sino que se contentaba con tocar su capa, movida por su fe, pero Jesús se vuelve hacia ella y la anima diciéndole que su fe le ha sanado. ¿Estamos siempre dispuestos a servir a los demás, a tener una palabra de aliento para quien lo necesita, o esperamos a que nos soliciten ayuda? ¿Nuestra comunicación con nuestros interlocutores es fluida y esperanzadora? ¿Es cercana o distante?

El joven rico busca el diálogo con Jesús (Mt. 19, 16-23).

Empieza la conversación con la pregunta sobre lo que se debe hacer para tener vida eterna. Es un encuentro intencionado por parte del joven. Ante las respuestas exigentes de Jesús, el joven se entristece porque no es capaz del desprendimiento de su riqueza. Pero, sin duda, ese encuentro le permitió comprender mejor lo que necesitaba para la perfección de su vida. No se trataba de complacer con palabras halagadoras, sino de ser honesto y sincero con lo que consideraba correcto por parte de Jesús.

En la amistad hay momentos en que la sinceridad es exigente de parte y parte, la verdad debe resplandecer sobre la apariencia de no querer ofender.

¿Cómo nos comportamos con quienes nos solicitan una orientación o consejo? ¿Sabemos escuchar con atención?

Jesús tiene algunos encuentros intencionados de su parte, como la llegada a la casa de Marta, quien tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús a escuchar lo que decía, mientras Marta se ocupaba de los quehaceres de la casa (Lc. 10, 38 – 41).

Este episodio es relacionado con la vida activa y la vida de oración, pero lo que llama la atención es que Jesús aprovecha el diálogo que se suscita con el reclamo de Martha y la respuesta de él sobre lo verdaderamente necesario. Sin duda Marta aprendió la lección de distinción entre lo urgente y lo importante.

Este mundo actual convulsionado por tantos problemas y necesidades de toda índole puede desviarnos en la búsqueda de un sentido orientador para nuestras vidas.

¿Dedicamos tiempo a reflexionar sobre lo verdaderamente trascendente en la vida? O, por el contrario, ¿nos absorbe el hedonismo y la apariencia?

Un encuentro ocasional que cambia totalmente una vida, es el del ciego Bartimeo con Jesús, al llegar a Jericó seguido de mucha gente. El ciego oye que se trata de Jesús y empieza a gritar que se compadezca de él. Es un grito insistente, a pesar de que muchos le reprendían para que callara (Mc.10, 46 – 52). También Mateo y Lucas se refieren en sus evangelios a este episodio.Jesús lleno de ternura le pregunta qué quiere que haga por él y Bartimeo sin vacilar, le contesta que quiere recobrar la vista. Al recibir este beneficio de Jesús, lo siguió en su camino.

La ceguera espiritual muchas veces nos impide seguir a Jesús y rogarle por nuestro crecimiento en la santidad. La oración se hace necesaria para clamar a Jesús por las necesidades que circundan nuestra vida y nuestro entorno.

¿Sentimos ternura o indiferencia frente de los necesitados que gritan de muchas maneras en nuestra sociedad, en nuestra familia, barrio, ciudad o conjunto residencial?

¿Somos solícitos o perezosos para brindar ayuda en momentos de necesidad a alguien que la reclama?

Nos dice el evangelista Lucas que en camino a Jerusalén, Jesús pasó entre las regiones de Samaria y Galilea y en una aldea le salieron al encuentro diez leprosos (Lc.17, 11 – 19). Estos también gritan desde lejos, que tenga compasión de ellos. Una vez más, la misericordia y ternura de Jesús se pone a prueba y cura a los diez enfermos pero uno solo al verse curado regresa a dar las gracias. Igualmente, la sanación de un leproso lo relata Lucas, Mateo y Marcos. Una constante de esta curación o sanación es la referencia que hace Jesús a la fe de quien las solicita.

¿Somos agradecidos por los favores recibidos o estamos inclinados a pedir siempre sin acordarnos de agradecer?

En el encuentro de Jesús con Mateo, el cobrador de impuestos para Roma, Jesús toma la iniciativa y le pide que le siga (Mt. 9, 9 – 13). Mateo se levantó y lo siguió; este llamado lo narra igualmente Marcos y Lucas. Mateo celebra este encuentro con una fiesta en su casa en honor a Jesús. Allí los fariseos y maestros dela ley critican a los discípulos de Jesús porque comen con pecadores. La respuesta de Jesús es contundente, ha venido a llamar a los pecadores precisamente.

Todos somos llamados por el bautismo a ser discípulos de Jesús y el Papa Francisco nos dice: “Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo” (EvangeliiGaudium No. 271).

¿Tenemos a veces una actitud farisaica sintiéndonos mejores que los demás?

¿Criticamos y juzgamos sin conocimiento de lo que los demás viven y padecen?

¿Cómo responder mejor al llamado que Jesús nos hace cotidianamente en nuestra vida?

“La iglesia tiene que ser lugar de misericordia gratuita donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del evangelio” (EvangeliiGaudium No. 114).

Hasta ahora hemos hecho referencia al encuentro de Jesús con pocas personas, veamos su encuentro con la multitud, que según los cuatro evangelistas eran unos cinco mil.

La escena se ubica en las cercanías del lago Tiberiades. Mucha gente seguía a Jesús por la fama de su misericordia. Al ver la multitud sintió compasión porque llevaban muchas horas sin comer, y se opera la multiplicación de los panes y los peces para saciar el hambre y aun quedaron sobras que son recogidas. (Jn. 6, 1-15), (Mt. 14,13-21), (Mr. 6, 30-44) y (Lc. 9,10-17).

Muchas enseñanzas se desprenden de este acontecimiento. Para nosotros además de ser una premonición de la eucaristía, es el gesto solidario de compartir con los demás. Al respecto nos dice el Papa Francisco:

“La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde”. (EvangeliiGaudium No. 189).

Jesús había ido a Betania a casa de Simón y mientras está sentado a la mesa, llegó una mujer que derramó perfume sobre la cabeza de Jesús, perfumó sus pies y se los secó con sus cabellos.

Este gesto es criticado por algunos presentes, quienes se dijeron entre sí que el valor del perfume se hubiera podido emplear en ayudar a los pobres.



Pero Jesús sale en defensa del gesto de esta mujer, considerando que a los pobres siempre los tendrán entre ellos, pero que a él no siempre lo van a tener. Ha perfumado su cuerpo de antemano para su entierro. (Mr. 14, 3 – 9), (Mt. 26, 6-13), (Jn. 12, 1-8).



Algunos estudiosos y especialistas en el Nuevo Testamento consideran a Jesús como un predicador andante, un profeta, un poeta que inventa historias para hacerse entender, un sanador, un maestro, un judío, un mártir del poder político – religioso de su tiempo. Es indudable que Jesús fue un pedagogo creativo y un excelente comunicador que jamás rechazó a nadie, respetuoso de sus interlocutores. El Papa en su exhortación apostólica nos dice que Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad.



Se dan varios encuentros forzados por las circunstancias: cuando llevan a Jesús a crucificarlo, echan mano de un hombre de Cirene, llamado Simón que venía del campo y le hicieron cargar la cruz y llevarla detrás de Jesús. Aun en estas circunstancias tuvo Jesús palabras de consuelo para la mujer y la multitud que lloraban de tristeza por él. (Lc. 23, 26 -29), (Mt. 27, 32 – 44), (Mc. 15, 21 – 32) (Jn 19, 17- 27).



En el encuentro forzado con los dos ladrones mientras uno insultaba a Jesús, el otro lo reprendía, reconociendo que estaban junto a un hombre que era inocente, que no había hecho nada (Lc. 23, 39 – 43). Allí en la cruz ya agonizante, Jesús tiene misericordia con este ladrón y le asegura que ese mismo día estaría con él en el paraíso.

Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, María, hermana de su madre y María Magdalena. Juan relata que a él, a quien Jesús quería mucho, le dejó a su madre como madre suya y Juan la recibió en su casa. (Jn. 19, 25 – 27). Cuánta ternura y bondad se da en esta escena.

Después de su muerte, Jesús es exaltado con su resurrección. Con un enfoque ascendente, ese Jesús verdadero hombre histórico es llamado hijo de Dios. El teólogo Alfonso Llano dice que “exaltación” es el concepto y la imagen que mejor expresan lo que sucede en Jesús después de expirar. Y agrega que, la resurrección no se entiende sin las huellas de la pasión del Jesús histórico (Llano, 2008: 244).

De esos encuentros que tuvo Jesús después de su resurrección o exaltación es muy elocuente el que tuvo con los dos discípulos de Emaús. Jesús se acercó y empezó a caminar con ellos. El desconcierto era muy grande frente a los últimos hechos de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, considerado un profeta poderoso. Pedagógicamente, como siempre, Jesús les explica por qué debían ocurrir esos hechos y ellos lo reconocen al partir el pan (Lc. 24, 13-35).

Todos estos encuentros de Jesús narrados por los cuatro evangelistas nos revelan su capacidad comunicativa, su cercanía, su misericordia, el uso adecuado de la palabra, del lenguaje para llegar al otro.

El Papa Francisco nos invita a decir un Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo:

Hoy que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y solidaridad entre todos (EvangeliiGaudium No. 87)



Esta es en síntesis la cultura del encuentro inspirada en la alegría de la esperanza evangélica, en la capacidad comunicativa para formar fraternidad.

Gladys Daza Hernández
Directora de CEDAL